Los alemanes habían estado a 120 km de París, pero no pudieron tomarla, y no sólo eso, sino que recibieron la contraofensiva de Foch, al mando de franceses como también de los recién llegados norteamericanos. Al ejército regular se les sumaron los primeros tanques británicos, con los cuales lograron abrir un hueco en la estructura del flanco derecho alemán causando terribles bajas. Para la Segunda batalla del Marne, los aliados contaban, además, con una superioridad aérea, lo que les permitió realizar primero un ataque desde el aire, seguido del avance de los tanques para finalmente imponer el desplazamiento de la infantería.
Bulgaria, al reconocerse incapaz de sostener el ataque de los franceses en la línea de Macedonia, pide el armisticio. Los británicos, en una genial maniobra, habían tomado Jerusalén y Bagdad, y se encontraban en camino hacia Anatolia. Con esto, el Imperio otomano, que en su momento fue un aliado importante para los alemanes, termina también rindiéndose ante los aliados. Es entonces cuando el Oriente Próximo, incluyendo Irak, comienza a ser ocupado por los occidentales (británicos y franceses). Del otro lado, en Vittorio Veneto, los italianos terminan derrotando a Austria-Hungría sentenciando la caída de la monarquía Habsburgo. Todo parecía pasar muy rápido.
El exitoso ataque de los aliados en Amiens rompiendo el frente alemán significó el último acto bélico que obligó al alto mando del Imperio alemán a solicitar un acuerdo de paz. Sin embargo, para firmar cualquier convenio, el presidente de los Estados Unidos, Wilson, exigía negociar con un gobierno «democrático». Para ese entonces, varios gobiernos habían estado a punto de declararse en bancarrota, eran pocas las empresas que se habían enriquecido abundantemente, y fue el pueblo de a pie, mayoritariamente, quien salió perjudicado tanto entre los aliados como en los imperios centrales. La cuestión entonces giraba por quién pagaría los gastos.
Antes de comenzar la guerra el Imperio alemán era un referente económico como político, incluso Churchil había elogiado el sistema de seguridad social que funcionaba entre los alemanes antes del conflicto. Con la economía de guerra, en 1918 los germanos llegaron a tener más equipo bélico que soldados para utilizarlos. Por esto, pese al quiebre humano y económico, los aliados determinaron que Alemania sería la única capaz de pagar los costos de la guerra. Sin embargo, hasta para Keynes estuvo claro que aquella imposición era por demás injusta en cuanto a lo económico, más allá de que históricamente no tenía sustento.
Toda la nación alemana sufrió las consecuencias del Tratado de Versalles, que le significó un profundo sentimiento de humillación y derrota como tristísimo final a cuatro años de penurias. Este sentimiento generalizado fue el que terminó gestando, casi por lógica, el nazismo; movimiento que el propio Carl Gustav Jung había previsto al tratar a pacientes alemanes sobrevivientes de esa guerra, como siguiendo el hilo del vaticinio de Foch cuando, al referirse al tratado dijo «Esto no es un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años«. Pero los líderes habían aprendido algo: que con la guerra se gana mucho dinero.
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