En 1916 en el Frente Occidental las trincheras terminaron generando un estancamiento para el que ni alemanes ni franceses encontraban solución. Ambos buscaban un lugar por dónde quebrar la línea enemiga y avanzar, pero ya sabiendo que debía considerarse el delicado tema de los suministros. Fue en este panorama que el Jefe del Estado Mayor alemán, Erich von Falkenhayn, concibió el ataque a Verdún, no por la posibilidad de lograr efectivamente quebrar la línea francesa por ese sitio, sino esperando causar con su ataque de artillería tal cantidad de bajas y daños materiales que el efecto sea desastroso para los franceses.
Verdún, al menos para los franceses, parecía inexpugnable, y en eso se basó la estrategia alemana. Para el inicio de la batalla, que se daría el 12 de febrero a las 7:15 de la mañana, los franceses contaban con 34 batallones, y unas 300 armas de fuego que incluían cañones de 75mm, mientras que los alemanes dispusieron en el terreno 72 batallones y 1.400 armas, entre pesadas y súper pesadas. El bombardeo inicial, nada menos que 10 horas seguidas de «fuego graneado», fue seguido de un ataque de infantería efectuado con tropas de asalto obligando a los franceses a retroceder varios kilómetros.
En julio de 1916 los alemanes utilizaron 60.000 proyectiles de gas difosgeno en su carrera hacia Verdún, pero la cosa no funcionó como esperaban debido a que los franceses estaban equipados con la entonces nueva máscara antigás M2, que resultó ser bastante efectiva. La artillería pesada bombardeó Fort Souville, el último escollo difícil, mas, cuando las tropas de asalto, Baviera y Alpen Korps se dispusieron al asalto, los franceses respondieron con un fuego cerrado también de artillería que inutilizó la avanzada de la infantería alemana. El fallido ataque a Fort Souville significaría una derrota para Falkenhay, que sería sustituido por Hindenburg.
La larguísima línea de trincheras del Frente Occidental dio lugar a un fenómeno un tanto inexplicable para quienes no participaban de la guerra activamente en la vanguardia, pero que era completamente lógico para quienes se vieron obligados a permanecer en la primera línea, fenómeno que llamaron «vivir y dejar vivir«. Esto es, ante la comprensión de que era imposible lograr ningún avance contra tres líneas de trincheras para ninguno de los bandos, considerando la escasez de proyectiles y el valor de los suministros, los soldados comenzaron a respetarse mutuamente, en un acuerdo tácito de no agresión, o bien, de agresión anunciada.
Pese a toda la propaganda racial que se había desplegado, por encima de cualquier concepto étnico, más allá de cualquier ideología política y de cualquier interés económico, el instinto de conservación terminó operando —y habrá de operar— no por obediencia a alguna bandera, sino como un mecanismo natural que establece acciones y omisiones recordando que, justamente, para un ser humano lo natural y racional no es matar a otro ser humano, sino la convivencia pacífica y armoniosa. La comandancia tuvo que intervenir con medidas como la obligación de ir hasta la trinchera hostil y volver con un pedazo de alambre enemigo.
Deja una respuesta