«La batalla de los emperadores», en alemán «Kaiserschlacht», también conocida como «La batalla del Káiser» puso frente a frente a Douglas Haig y Henri Pétain —del lado de los aliados— y a Erich Lundendorff —del lado del Imperio alemán—. Los alemanes venían con la moral en alza, considerando el avance de un contingente austro-germano contra los italianos en octubre de 1917 por la Ruta Caporetto, que les había importado la captura de más de 300 mil prisioneros y material de guerra. Y por el otro frente, con la firma del Tratado de Brest-Litovsk, Rusia quedaba finalmente fuera de la guerra.
Los alemanes formaron una fuerza especial, las Stosstruppen, compuesta por soldados jóvenes, solteros, menores de 25 años, generosamente alimentados con raciones dobles, y entrenados a otro nivel para el asalto y toma de trincheras. No se sabe exactamente cuántas de estas tropas especializadas participaron en el primer ataque del 21 de marzo, pero se estima que el total de hombres dispuestos por el Imperio alemán fue de unos 800 mil hombres (en tanto que los aliados contaron con unos 514 mil efectivos), unas 56 divisiones, que recibieron entrenamiento durante unas tres semanas, utilizando los campos disponibles de Rusia y de Rumania.
Si bien el ejército germano estaba entrenado como para combatir el sistema de triple trinchera y de manera exitosa, el problema surgía después, a la hora de realizar avances significativos, y esto debido a que no contaban con el apoyo logístico necesario por falta de caucho, material indispensable para la fabricación de neumáticos, necesarios para la movilización de camiones y a través de estos el traslado de suministros y tropas de refresco. Esta carencia se debía, recordemos, al bloqueo naval impuesto por la Armada británica. Bloqueo que hacía tiempo venía afectando a la población civil, que ya dudaba del káiser.
Con los primeros avances de la ofensiva pareciera que Ludendorff perdió lucidez, porque aunque los territorios ganados eran bastante amplios, no significaban verdaderos logros estratégicos. Por el contrario, el retroceso de las tropas aliadas, significó un reagrupamiento y reordenamiento de sus fuerzas con vistas a un futuro contraataque. Sin embargo, también es cierto que los alemanes se estaban quedando sin recursos y no podrían de ningún modo soportar otro año de carestía, por lo que era urgente dar un golpe definitivo. Quizás fue este el punto de vista que dominó la visión de Ludendorff, que por entonces ya se encontraba al límite.
El punto de inflexión fue la decisión de Ludendorff de atacar por dos frentes, a los ingleses y a los galos. Como en Flandes los ingleses retrocedieron, el alto mando alemán decidió ir hacia París para evitar que los franceses vayan en apoyo a los británicos, llegando incluso a estar muy cerca de la capital francesa. Sin embargo, Pétain se fortaleció, y con sus hombres resistieron las embestidas del 9 de junio y la del 15 de julio. La ofensiva del 15 derivó en un contraataque, ya con los refuerzos norteamericanos, y marcó el inicio del fin para el Imperio alemán.
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