Las guerras más recientes habían sido las napoleónicas, y aunque en ellas el equipamiento era completamente diferente del que se disponía en 1914, fueron sobre ellas que se erigieron los primeros planes del 14-18. Tanto el Plan XVII, de los franceses, como el Plan Schlieffen de los germanos, le atribuían a la infantería una capacidad desactualizada. El ingreso de Alemania en territorio belga, que desencadenó el ingreso de los ingleses al conflicto, marcó cuán trascendental sería el poder de fuego. La imponente Industria Krupp, con Berta la Gorda como carta de presentación, no se cansaría de crecer durante toda la guerra.
El plan Schlieffen, mirando un mapa, podría «simbolizar» un movimiento de ejércitos, el desplazamiento de tropas de un lugar a otro. Sin embargo, también «significaba» el tratamiento de civiles en el transcurso de esas traslaciones. Cuando el Tercer Ejército Alemán, dirigido por Max Klemens, se encuentra con la resistencia del Quinto Ejército Francés en la ciudad de Dinant, disputando el paso del río Mosa, es cuando queda en claro cómo serían tratados los civiles a lo largo de todo el conflicto, sentándose precedente de que para los altos mandos los mismos no son más que fichas dentro del tablero de juego.
En un paréntesis, marquemos que entre 1871 y 1913, la población del imperio alemán había aumentado de 41 millones a 68 millones, habiendo también multiplicado su producción de acero, carbón, como también sus industrias y, por supuesto, sus exportaciones. En 1900 el Reino Unido producía 228 millones de toneladas de carbón, en tanto que los alemanes, 149 millones, mientras que Francia, rondaba los 33 millones. No hace daño recordar la importancia del carbón como material energético en esa época, alrededor de cual, luego, se formaría el Benelux (Bélgica, Nederland, Luxemburgo) y que desembocaría en lo que hoy es la Unión Económica.
Volviendo al plan Schlieffen, el mismo no contaba con la posibilidad de filtraciones, por supuesto, las cuales ocurrieron y dejaron ver las debilidades del ejército alemán, que vamos, una cosa era avanzar, y otra cosa era que los suministros correspondientes avancen al mismo tiempo que los soldados. Joseph Gallieni acuerda con lord Kitchener un plan de contraataque en común contra los alemanes cuando estos llegasen al Marne. Para entonces, hay que señalarlo, los acuerdos no eran tan sencillos como parecieran, y hay que atender que no había un sólo comandante general del lado de «los aliados». Para conducir había que coincidir.
Con los franceses y los ingleses engranados más o menos en una misma sintonía terminó conformándose el «Frente occidental». Un frente de trincheras, en el que cada bando permanecía en su posición sin una estrategia que pudiera resultar en una victoria, o cuando menos en un avance significativo para ninguno de los ejércitos. Los alambres de púas adquirieron una importancia antes inimaginable y, el clima (las lluvias, el frío) comenzó a marcar que la guerra no sólo se trataba de un cuerpo a cuerpo, sino que mucho de toda la batalla era de resistencia mental. La higiene precisaba también otra ingeniería.
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