Hay una diferencia entre estar en la primera línea de frente, en las trincheras y siendo hombre, y estar en la capital, trabajando en las fábricas y siendo mujer. Para 1917 en el Imperio Ruso las mujeres representaban casi el 50% de la fuerza trabajadora empleada en las fábricas; mujeres que sufrían no sólo maltrato laboral, sino que padecían frío por la falta de carbón y hambre por falta de alimentos. Padecimientos intensificados muchas veces por el hecho de ser madres, condición que colocaba el ya desgastado patriotismo en un lugar muy por debajo del que tenía al comenzar la guerra.
La manifestación de marzo de 1917 no fue una protesta simbólica y sin significado, sino que representó la exigencia de un cambio en la política exterior e interior que venía manteniendo el zar Nicolás II. Sin embargo, antes que escuchar razones, o negociar alguna salida, la decisión fue reprimir a los manifestantes incluso abriendo fuego. Esto hizo que el pueblo, ya con bajas civiles, se enardezca todavía más, y que las tropas, antes que seguir acatando la instructiva de represión confraternicen con la parte reclamante. Como resultado, en tres días se puso fin a la dinastía Romanov proclamándose la República.
En el Reino Unido las cosas se complicaron al punto que se produjo un cambio de primer ministro, Herbert Henry Asquith fue reemplazado por David Lloyd George, que regiría hasta el final del conflicto. Lloyd George imprimió a su mandato una mentalidad de «guerra total» con la que todos los habitantes, hombres mujeres y niños debían estar involucrados en el esfuerzo bélico. Lo que Lloyd George consiguió y que lo diferenció de Asquith fueron estadísticas rápidas y certeras de barcos mercantes hundidos y de producción agrícola, información crucial para evitar la hambruna en el país. Hubo huelgas, sí, pero todas se negociaron.
En Francia la situación se tornaba todavía más difícil por tener el peso de la invasión alemana y la presión correspondiente que derivó en una serie de estrategias fallidas, las cuales desembocaron en un altísimo costo de bajas humanas. La más grave, la «Ofensiva de Nivelle» resultó un fracaso, y dio origen a los «Motines de 1917» y al reemplazo de Nivelle por el general Pétain. Ya por entonces llegaban a las trincheras las noticias de la revolución rusa y, en las fábricas, en donde la mano de obra femenina era fundamental, crecía el descontento por la carga y condiciones laborales.
En Oriente Medio los británicos jugaron sus fichas intentando sacar ventaja de la precaria situación del Imperio Otomano. Lord Kitchener, entonces secretario de Estado para la guerra, a través del alto comisionado británico en El Cairo, Henry McMahon, contactó con el emir de La Meca, Husayn ibn Ali, iniciando una negociación epistolar con la que Gran Bretaña prometía reconocimiento a «la nación árabe» si esta apoyaba la causa de los aliados. Abundante dinero de por medio, la Rebelión Árabe se inició en 1916, consiguiendo hacerse con los lugares sagrados de La Meca y Medina, generando una trascendental división del mundo islámico.
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