Para algunas familias el trabajo en el hogar es una opción, y para otras es una condición social prácticamente inamovible. El asunto es que cuando el trabajo de la casa lo realizan quienes viven en esa casa no suelen percibir por ello ninguna retribución económica. «El ama de casa», en el concepto tradicional, no tiene sueldo. Tampoco es costumbre pagarle a los chicos por barrer y repasar los pisos, ni porque arreglen su cuarto. Menos darle un bono al mayor de los críos si se ocupa de cuidar al o a los menores. Es como trabajar ad honorem, de alguna manera.
Aquí son infaltables los que afirman que el trabajo de la casa es ínfimo y, como respuesta, quienes sostienen que el mismo es agotador e interminable, discusión que no tiene mucho sentido, al menos no en una sociedad donde más o menos funcione la economía de mercado. Es decir, si tal trabajo «vale mucho», ve y hazlo en otra parte y que te paguen mucho por hacerlo. Si «vale poco», entonces, en lugar de hacerlo tú, contrata a alguien y págale poco para que lo haga por ti. Esta es una de las ventajas de la moneda, el poder monetizar cosas.
Pero, el punto a destacar es que evidentemente existe un trabajo, y un trabajo importante que por un lado no recibe retribución económica y que, por otro lado, tampoco genera riqueza. Esto es, yo puedo barrer y repasar las veces que quiera mi departamento, puedo limpiar dos o tres veces por día el baño, pasar la aspiradora 18 veces y al final, cuando todo esté impecable no habré generado ningún nuevo dólar. Al revés, habré generado gastos al utilizar recursos como agua y electricidad y al utilizar insumos como jabón, trapeadores y demás, sin contar con el factor más valioso: el tiempo.
Hasta aquí, entonces, lo que hay que distinguir es qué trabajador recibe o no una retribución económica por el trabajo que realiza, y cuál trabajador genera riqueza. En la típica, el que trabaja «afuera» es quien genera riqueza, y quien se queda en la casa no. Ambos trabajan, pero es el que genera riqueza el que paga las facturas. Hecha esta distinción quizás se pueda entender mejor que si no el absoluto del sector público, al menos una buena parte del mismo no genera ningún tipo riqueza para el país, pero consume recursos de la gente que sí la produce.
Un empleado público, ¿genera riqueza? Si un empleado público no genera riqueza y, por el contrario, en lugar de generarla consume la ajena, por lo menos cabría que evite derroches. Aquí es donde aparece la figura del «aparato demográfico estatal». Ser miembro del estado, de alguna manera, no obliga a generar riqueza, por tanto, no presiona a ser eficiente y, sin embargo, asegura un ingreso. Entonces, ¿qué habilidades desarrolla una persona que no necesita de eficiencia productiva para generar ingresos? Para un aparato estatal enorme e ineficiente se necesita de una población mayoritariamente idiota que procree y eduque hijos enteramente idiotas.
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