«Entonces los que habían visto lo sucedido, les contaron a los otros lo que había ocurrido con el hombre poseído por los demonios y con los cerdos; y la multitud comenzó a rogarle a Jesús que se fuera y los dejara en paz.»
Marcos 5: 16-17
Convengamos en que estaríamos mejor si nuestras poblaciones cargasen con un nivel de instrucción superior. Si conociesen toda la Constitución, todos los códigos procesales (civil, laboral, de familia, etc.), la Biblia de los cristianos, el Corán, el Libro de los muertos, el Libro del mormón, y lo mejor, agreguemos dos libros de cada ganador del Nobel de literatura de los últimos 100 años. Con esto la gente tendría suficiente vocabulario y puntos de vista para encarar la realidad desde el fondo hasta la forma. Entenderá que hay que cuidar la tierra y que los paneles solares no tienen que ser caros.
Aquí me dirán «leer todo eso llevará décadas». Y la buena noticia es que no necesariamente. Verás, una persona promedio, puede leer un texto comprensivamente a un ritmo de 200 palabras por minuto. Sin embargo, con entrenamiento adecuado, esta misma persona puede llegar a leer comprensivamente hasta 1.000 palabras por minuto, e incluso el doble, que vamos, el récord es de casi 5.000 palabras por minuto. Se trata de una habilidad que se desarrolla, como la que despliegan los taekwondistas al levantar las piernas y hacer una doble patada. Se entrena, se practica y en determinado tiempo se consiguen resultados.
No hay demasiados trucos, la cosa va de leer por grupos de palabras, y el entrenamiento consiste en apoyarse en ciertos materiales físicos que ayudan a los ojos a adquirir destreza. Por supuesto, esto cuesta dinero y es entonces que entramos todos, como contribuyentes, a mejorar la cosa. Es decir, que lo obligatorio sea que todos los alumnos de primaria reciban la capacitación necesaria para que puedan leer, mínimamente, 1.000 palabras por minuto. ¿Excesivo? A mí me ha tocado que cuando mi hija llegó a leer 1.024 palabras por minuto se codeaba con pibes que leían tres mil palabras por minuto.
A este ritmo, dedicándole sólo una hora por día, todos podrían terminar de leer la Biblia en un año. Como ves, esto sí sería una revolución de abajo para arriba, y que, por supuesto, ningún político propondrá. Porque ¿le convendría al clero que todos sus feligreses leyesen la Biblia por completo? ¿Les convendría a los jueces y fiscales que todos los ciudadanos conozcan toda la constitución y todos los códigos que rigen en el país? El exceso de reglas y/o de información amedrenta, y hasta que internalizarlas sea cosa sencilla y rápida, seguiremos atados al viejo truco de la letra chica.
Pero, ¿y por qué esto no se ha implementado a nivel privado? La repuesta no es fácil, aunque lo primero que viene a la cabeza es la tradicional «falta de información», lo cierto es que el primer curso de lectura veloz lo hice en los 90’s con una cinta VHS, es decir, tan nueva la cosa no es. Ahora, cada vez que menciono este tema, la gente suele mostrarse incrédula, como si hablase de algo irreal, inconcebible. Entonces suelo recordar la metáfora cristiana de Jesús y el cuate endemoniado: ¿quiere la gente que expulsen a sus demonios? Pareciera que no.
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