Hay una cuestión que en el decir popular le llaman «violencia de género», y que quizás correspondería denominar «violencia contra la mujer». Esta cuestión, hay que entenderlo, no es una enfermedad, es un síntoma, uno de los tantos resultados del sistema educativo al que somos sometidos desde hace centurias. Los nenes con los nenes y las nenas con las nenas, genial, pero una vez marcada la diferencia entre nenes y nenas, también hay que marcar cómo es que se complementan los nenes con las nenas, y/o las nenas con los nenes, porque de lo contrario tan sola-mente queda marcada esa diferenciación.
Si en un encuentro inter-nacional de fútbol, la hinchada local comienza a agredir en términos xenófobos a los visitantes, de nuevo eso no es una enfermedad, eso es un síntoma, el resultado de haberse pasado seis o 12 años cantando el himno todos los días porque el nacionalismo de cajón así lo exige. El concepto de nación está genial, que sí, pero luego de marcar cómo es nuestra nación, hay que señalar que las otras naciones no sólo son igual de importantes, sino que se constituyen en oportunidades de crecimiento y desarrollo desde lo netamente comercial hasta lo muy concretamente científico.
Para completar el tema de nenas y nenes, el país tal y el país cual, tenemos el infalible sistema del bien y del mal, y no hace falta nada más. Es decir, primero o eres hombre o eres mujer, luego, o eres mejor o eres peor, o bueno o malo. Tu país es diferente, es superior, es el mejor, es el bueno. Tu sexo es diferente, es superior, es el mejor, es el bueno. ¿Te das cuenta? ¿Hace falta ir a la televisión para comprobar cuánto del entretenimiento se basa en diferenciar y diferenciar, sexuar y nacionalizar hasta el límite todo?
Ahora, si te fijas en una orquesta sinfónica, a los instrumentos no les importa de qué sexo o de qué nacionalidad sean los intérpretes. A un buen oyente tampoco le importa; de hecho, un 99% de los que escuchan una sinfonía de un cd no saben de qué sexo son los que tocan las violas. Al que toca los timbales no le importa si sale en la portada del álbum, ni al que coloca las partituras en los atriles. Todos son diferentes, y saben que son diferentes, pero desde sus diferencias, dominándolas es que se integran. Integrar, esta es la variable.
Si la educación se basa en diferenciar sin integrar, entonces lo normal es que luego estemos hablando de «una sociedad desintegrada», chocolate por la noticia. Así, la cuestión no pasa por llenar de escuelas el país, por aumentar la cantidad de horas de clases en aula, o cosas así, no. Y la cuestión es durísima porque es volver a lo natural. Fijate lo lejos que estamos de lo natural: ¿qué tan fácil le sería al papa tener una mujer, por ejemplo? ¿Cómo mantener el rubro «Gastos de defensa» por 200 años más si educamos en la «integración» de naciones? Difícil, ¿no?
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