Una de las maneras en la que podemos darnos cuenta de hasta qué punto estamos adoctrinados desde la escuela es observando en qué no solemos pensar, o sobre qué temas evitamos pensar, o qué asuntos preferimos no abordar. Más allá de todo aquello que refiere a la pulsión sexual, existe una diversidad de aspectos de la realidad que normalmente obviamos. Es común la frase «hablemos de cualquier cosa, menos de religión o de política». Así, por urbanidad social podríamos no expresarnos como queremos, no decir lo que sentimos y no hacer aquello que queremos hacer sin siquiera estar conscientes de esto.
Este no darse cuenta del adoctrinamiento al que se es sometido tiene una primera consecuencia mediata, que es la repercusión sobre la generación que sigue y partiendo de los propios hijos. Desde el nombre que le ponemos a nuestros hijos, muchas veces un copiar pegar del nombre del padre, la madre, de los abuelos, hasta la pretensión de que realicen las mismas actividades deportivas o artísticas que nosotros, todo pasa por la imposición de capas y capas de doctrinas, en las que nos aseguramos de repetir modelos, afirmando la bondad de algunos como la maldad de otros, sin enseñar/nos a dudar.
Así, puede que lleguemos a un punto en el que sintamos un agobio del que no sabemos, no entendemos, no tenemos idea de cuál es su origen, su causa —más de uno le podrá llamar «crisis existencial»—. Puede que este agobio ocurra porque estemos viviendo una vida que no es la que «naturalmente» llevaríamos si acaso hubiéramos tenido desde temprano el entrenamiento necesario para conocernos mejor y, sobre la base de este auto conocimiento, tomado las decisiones más asertivas para estar en donde estamos. Es por esto que con un cambio de dieta y ejercicio la cosa no suele bastar.
El autoconocimiento se vuelve todavía más complejo, todavía más difícil cuando se admite la existencia del «inconsciente«, es decir de aquella parte de nosotros que no puede ser definida y a la cual, quizás, tan sólo podamos aproximarnos. Sin embargo, nada más esencial que la búsqueda de nosotros mismos, que el conocernos todo cuanto podamos, para evitar la neurosis de hacer eso que no es lo natural en nosotros por un lado, como de privarnos de hacer eso que sí es lo que nos «calza», por otro. Aquí, cabría revisar conceptos como «éxito», o «fracaso», para ir entendiendo qué es conocernos.
El problema es que sin autoconocimiento, puede que llegues a creer algo que no es, a ignorar cosas que deberías saber. Muchos padres se creen excelentes, cuando en realidad están educando pésimamente a sus hijos. Muchos maestros que no tienen idea de pedagogía están convencidos de que son buenos enseñando. Hay sacerdotes que creen seguir una vocación ignorando que van a la pederastia. Lo común es que nadie quiere escuchar de sus errores, menos todavía de si ha vivido en el error. Lo cierto es que para el autoconocimiento hace falta autocrítica. Y en eso no se nos ha entrenado ¿cierto?
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