Yo llegué más tarde a la clínica porque el que saltó por la camioneta y le sacó las llaves, el que le sacó los documentos al conductor, y el que trajo un cana para que se haga cargo fui yo. El conductor era un pibe, veinteañero, que se quedó en shock cuando se dio cuenta del quilombo en el que se acababa de meter. Él venía muy rápido por Brasil, cruzó Rodríguez de Francia en luz roja, mirando a ambos lados de la doble avenida, apretando el acelerador y, cuando dejó atrás la intersección se encontró con abuela cruzando Brasil, pimba.
Larga la huella de la frenada sobre la calle, que duró varios días. Corto el proceso del cuate. ¿Qué iba a ganar yo con el cuate 15 años en prisión, en una prisión sudamericana? ¿Qué iba a ganar él? ¿Qué iba a ganar quién? Aparte, ya si te mata a tu abuela el magnate sentado en su limosina, bueno, por ahí da para pedirle unos pesos, que te pague el velorio, el café, algo. Pero si el cuate que te mata a tu abuela es un repartidor de garrafas de gas… Entenderás que el resarcimiento es, en todo caso, una quimera.
En el velorio, más allá de las leyendas urbanas, es cierto, el momento clave es cuando cierran, cuando lacran el cajón. Es la última vez que ves a quien van a enterrar. Abuela tenía, en sus manos, un objeto (no puedo decirte qué) sagrado para ella, íntimo. Cuando llegó el momento de «cerrar el cajón» yo me enteré por un aspaviento general primero, y porque una vieja se acercó y se atrevió a intentar sacar aquel objeto. Estoy un 99% seguro que Satanás habitó mis ojos, y Belcebú mi voz, porque con sólo mirarle y susurrarle algo la vieja rajó persignándose.
Después del entierro hubo una especie de «cena familiar», ahí en la casa (a tantos y cuantos metros de donde se murió la abuela). No pasó una hora cuando los hijos comenzaron a discutir por temas materiales; sí, exacto, a vos el florero, y mengano entonces hereda las flores. Asqueado, los mandé al carajo y me fui de esa mierda de «cena familiar». No estuvo su primogénito, ya estaba muerto. A abuela le tocó eso de que se muera su primer hijo, el que tuvo con su primer marido. Acompañar a tu abuela en la muerte de su primer hijo es…
Lo que quiero decirte es que el dolor, como el placer, son diferentes en su intensidad, como en su manifestación para cada cual. Yo no puedo exigirte que disfrutes de lo que yo disfruto, ni con la misma intensidad. No puedo exigirte que sufras, y con la misma intensidad de lo que yo sufro. Ahora, ¿qué te hace pensar que vos podrías saber cuánto me cuesta a mí superar o sobrellevar tal o cual dolor? ¿Qué te hace pensar que porque sonrío nunca tuve enemigos, muertos qué enterrar? Lo fácil no es superar un duelo, lo fácil es vivir como doliente.
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Por la forma en que narras esto, me parece que estamos en la sala de tu casa con un trago en la mano, y que me estás contando tu vida.
¿Nunca preguntaste a tu abuela el porqué nunca iba a verte en esos acontecimientos?
es una duda, porque los viejos no admiten preguntas, ellos son los que las hacen.
Abrazos che.
Ella no soportaba a la gente, Gildardo. No le gustaba socializar, y a mí tampoco, lo detesto. Si te fijás, si leés bien, nuestra relación era de mucho diálogo, de mucha comprensión. Así como yo entendí cuánto ella renunció a sus plantas para que yo disfrute del fútbol, yo debía entender que ella no iba a renunciar a su desprecio por lo social. Esa fortaleza de su carácter siempre fue una de las cosas que me maravilló de ella, aparte de su inteligencia financiera, su honestidad para consigo misma. Por decirte, tenía 7 años y, antes de ir a la escuela estaba con ella antes de ir a la escuela, los dos solos. A los 17 años, antes de ir al banco, estaba con ella, tomando mate, antes de ir al banco, los dos solos. No te miento si de repente pasé más tiempo con ella que con mi vieja.
Y es como decís, pero, como dije, como era el favorito, tenía ventaja. Nos llegamos a trenzar fiero, pero digamos que ella dijo que mis dientes merecían sus huesos como mordedor juaaaaaaaaaaasssssssssssssssssss
Abrazo, compa