Yo vivía en pleno centro de la ciudad, y mi casa, a diferencia de las demás casas del barrio, contaba con un patio largo, ancho, con árboles de aguacate y de mango. Un patio en donde se podía jugar a las escondidas, al polibandi, al fútbol, e incluso al basquet, y de hecho, alguna vez tuve un aro ahí. Como diría mi abuela, “yo me sentí” ahí, es decir, tuve conciencia de mi mí mismo en ese patio, jugando en ese patio, jugando solo en ese patio. Jugaba solo porque pocos niños, y muy pocas veces, venían a jugar a casa.
En un comienzo el patio tenía plantas ornamentales, incluso había algunas que tenían flores, pero no duraron. Al crecer me apasioné por el fútbol, no podía dejar de patear una pelota y el patio se convirtió en mi cancha. Las plantas aquellas eran la querencia de mi abuela, pero, no le importó la cosa o, por lo menos, le era más importante que yo le meta al balón. No lo voy a negar, yo era su favorito. Y su favoritismo era abierto, confeso, claro y diáfano. Y el asunto era más notorio porque mi abuela, como yo, disfrutaba de sociopatía aguda.
Al primer marido de mi abuela lo mataron en la guerra del chaco, y ahí quedó viuda y con dos hijos, como que en la niebla. Después, se volvió a casar y tuvo dos hijos con mi abuelo, del que luego se separó, quedando de nuevo “sola”. Mi abuelo le daba una pensión, una plata, mensualmente. Mi abuela colocaba esta plata en el mercado 4, es decir, prestaba ese dinero a las vendedoras de mercaderías y cobraba, diariamente, sus beneficios. Con estos beneficios diarios compraba los insumos para la comida del día, y también, alguna golosina para mí y mi hermana.
A mi hermana no le gustaba ir al mercado. Que los olores, que los charcos, cosas así, medio fina ella. A mí, todo lo contrario, me fascinaba todo eso. Había un lugar donde estaban las verduras, otro, donde vendían las carnes, ahí había incluso gallinas que tenían los huevitos dentro (¡eso era una maravilla para la sopa!). Donde se vendían los panes habían canastos enormes, más altos que yo, atiborrados de pan, eso no te cree nadie si no lo ve. Y las “marchantes” trataban a mi abuela con respeto, y a mí, con cariño. ¿Cómo no amar el mercado? Imposible.
Pero fuera del ámbito del mercado, ahí en la casa, en el roce “social” y demás, mi abuela era mbore, una hija de puta mal. No tenía paciencia para nadie y mandaba al carajo a la primera. Yo no sé, que diría Vallejo, pero, macho, yo no supe en qué condiciones se casó la primera vez mi abuela, pero que te maten el marido en una guerra debe ser una mierda, el antes, el durante, el enterarte nomás… El caso es que ella no le aguantaba a los pibes del barrio, y yo estaba a gusto con ella. Yo estaba jugado.
Entradas relacionadas |
---|
Mi abuela - 1 |
Mi abuela - 2 |
Mi abuela - 3 |
Mi abuela - 4 |
Deja un comentario