Es algo más que la carencia, más posiblemente lo contrario. Una situación en la que se responde por exceso antes que por necesidad, porque lo que llevás dentro te aprieta el pecho y sólo escribiendo se afloja la tensión. Y para mí no se trata de imaginar, sino de volcar lo que sé y lo que intuyo intentando dibujarlo en su verdadera dimensión, ni por encima ni por debajo del nivel en el que siento, y ahí la joda, porque un verbo demás o un adverbio de menos te genera el extravío, el error, que sólo te perdonás volviéndolo a intentar.
Uno no saca tiempo del sombrero
al estilo de un mago que ocultista
esconde de los otros el secreto
que hace pueda vivir su doble vida.
Uno escala con prisa el propio ego
y con apuro llega hasta la cima
de los nombres que tiene como ajenos
hasta llegar al propio y más arriba.
Entonces basta sólo unos instantes
para descerrojar lo que se siente
y dispararse en verbo desatado.
Entonces uno vence cada tarde
convirtiendo lo rojo en puro verde
con los ojos curtidos por el barro.
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