Dicen en cierta escuela que cierta información
puede ser un estorbo para vivir tranquilos,
que el pasado es pasado que no puede mutar,
pero para olvidar, creo yo, convencido,
hay que saber muy bien qué se quiere olvidar.
Qué querés, racionales suelen ser mis caminos
a pesar de lo loco que se dice que soy,
y prefiero entenderme con lo que fui de chico
que negar mis errores, acaso mis abusos
y superar mis culpas sin precisar de amigos.
Sentir mi poquedad y desde ahí lanzarme
incontenible y fiel a toda mi estatura
carente de medidas, burladora de cifras
sin hacer pie en la suerte, en la diosa fortuna
sino en mi tozudez de querer cosas buenas
y en ello no esquivar la nalga de la aguja.
Palpar el miedo, aquí, al medio del estómago
pero sobreponerme triturando mis dudas
con indocilidad antes que inteligencia
hasta que con mi risa ilumine penumbras.
Mirarme nuevamente, como antes de partir,
latiendo lo que fui a manera de ofrenda,
teoría de los precios, la del valor infame
los valores confusos de una puta maestra…
sin querer, así, entonces, no habría despedida.
No muere el viejo yo; con el nuevo, la espera
es solo entrenamiento, axioma y catedral
que expande con placer su física y su idea.
Un yo que me divierte, candente entre mis dedos,
adorador fanático de cualquier letra hembra.
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