Conocedor del campo, salir de la ciudad
y desprenderme en seco de la telefonía,
de la gente apurada que carece de vida,
es cruzar la frontera – vil – del bien y del mal.
Poder sentarme al pedo sin tener que escuchar
cómo el mundo no avanza y dejar que mi vista
se distraiga o abstraiga en perniciosas dichas
es como una terapia, pero en clave de fa.
Yo me entiendo, desisto de todo lo gregario,
me adoro por rotoso, por entender el precio
de todos mis abrazos, de todas mis miradas.
Y por eso, quizás, me acerco a tu regazo
como quien sabe y siente llega a lo verdadero
sin mostrar ni ocultar quienes son mis palabras.
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