III. Penúltima caja
3. Hacerte a un lado
Reíste conmigo a deshoras
dejándote llevar desde el vientre
hasta el olvido del mundo,
asida a mi locura me supiste
fiel entre pesos inexactos,
y entre la duda y el presentimiento
cerraste los ojos
para que mi deseo venza tu cobardía.
Yo te miraba ver
surgir imposibles de nuestros labios,
sintiendo mi alma en tu cuerpo
buscaba el último límite
donde terminaban mis sombras
y comenzaban tus colores,
el desmayo del tiempo, buscaba
el verbo más antiguo
en tu forma sin aristas.
Entonces y después
caí
al foso de los únicos,
y la cuerda que te arrojé
retornó floja sobre mis hombros,
como una no risa
y un no llanto,
como una nada sólida
atándome al vacío.
Hoy y a solas
—sospechando luz—
debo hacerte a un lado,
ponerte en una caja
y dejarte atrás,
que el ahogo pasa
pero mis orillas no.
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