Mi nombre,
grillo, hacha, tos, disparo
hasta que un entonces se hace posible
no de la nada
sino desde la sed de todos los guepardos
y la mirada fiera y mansa de las madres elefantes,
asumiendo por discutirle al sol desde la curtidez
lo posible de aceptar un eterno yerro ajeno,
desde el trocito de cemento que está en la cúspide de una
catedral,
desde el vidrio ingenuo que de pronto sabe es el ojo de María,
desde el árbol que encuaderna el último libro de Bruno,
desde la sonrisa del colectivero ante el cambio exacto,
y tu distracción, justo cuando quería hablar de mí.
Ventaja de saber lo que dirán
porque les empujé a odiar sin escudos
y así, a ser libres.
“Amor de mis amores”
no es tan duro ser extraño entre los semejantes,
es difícil aceptarlo
tomarlo como el precio
cuya mercadería no se sabe si llegará a destino
y que se paga siempre por adelantado y sin descuentos.
No sé si es lo mejor
pero es lo que sé.
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