En la cuerda
Habiéndote elegido entre diez mil
imposibilidades imposibles,
besando demasiadas veces polvo,
tiempo, y tanta sequía sin aljibe,
para volverlos aptos a mis labios
al sabor de la piel en que condice
tu alma y cada color que proyecciona
en los que sé navegas y resides,
a la exigencia exijo nuevamente
la tregua que me importa el fin de todas:
aquel balbucear del paraíso
perdido por el hambre y dicho en loas,
lo escrito del infierno tan hablado,
y el verte en el instante de la alcoba
en el que me concibes a tu modo
danza de sangre, lava, hielo y rocas.
Pero como soy yo quien lo recita
me alegan ya la trampa y la emoción,
dejándome en mi esencia más quebrable:
un cuerpo palpitando casi en off
cuya mente dibuja madrugadas
sobre el aire nocturno de algún blog.
Entonces ya no cuentan los aromas
no valen demasiado los tropiezos,
ocurre algo que cuesta mucho más
de lo que vale todo lo que bebo;
y aunque ya respiré mucha injusticia
su negación no pesa entre mis huecos
sino que es su rechazo lo que inculca
empujando a cantar vientos y truenos,
a tentarle piedritas a lo oculto
donde duerme tu cuerpo y sin saberlo
tus ansias ambicionan infinitos,
y también esas ganas de sin miedo
cederle un alto al solo que te quiere
y que habrá de acabar en su momento.
Pero pasa, es sabido por los muchos,
porque los muertos no pueden hablar
y no pueden vivir los no expresados,
porque pretender todo nunca es más
que pretensión leída y obtenida
de tanto repetir Biblia y Corán.
Porque en la cuerda más floja no faltan
las manos en función de sostener,
sino que sobra el ínclito deseo
de cada pie moviéndose por fe,
como si le alcanzase a la intención
para tocar el cielo, para Ser.
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