Diario 43
Habíamos llegado a donde llegamos por no ceder a la tentación de satisfacer nuestros deseos menos íntimos, y por valoración y conciencia de los más inconfesables. Nuestro objetivo es llegar a ver el rostro de Dios. Obviamente, lo demás nos importa, pero lograr nuestro objetivo nos importa más. Sabemos que muchos de los lectores leen libros y libros, enciclopedias y enciclopedias de técnicas de diez pasos, pero sabemos que no sirven. Sabemos que mucha gente está investigando respecto de informaciones respecto de las cuales no es preciso afirmar que no son concretas, y sabemos que no sirven. Sabemos que nada sirve para lograr nuestro objetivo, puesto que nuestro objetivo implica la muerte, sin que la muerte sea el medio, y sin que la vida en sí sea el medio, sino tan solo una condición a la cual hay que encontrarle un modo. Visto así, es sencillo concluir que el punto exacto se da en la renuncia más extrema, que no es otra que aquella que se da en el último paso antes de lograr la satisfacción de cualquier deseo menos íntimo. Me explico, si queremos beber, bebemos, y bebemos demás, bebemos hasta el exceso, pero en el exceso mismo – donde nos movemos – ponemos un límite. Les serviría de ejemplo alguna literatura que llaman el Tao del amor, es realizar el coito y lograr la eyaculación del otro pero abstenerse de la propia. Uno tiene el deseo de eyacular, pero se abstiene de hacerlo. El otro ha eyaculado y como uno no ha eyaculado siente premura porque uno eyacule. Como resulta claro, en el otro se incrementa el deseo de que uno eyacule, pero en uno no se ha eliminado la intención de no eyacular justo en el momento en el que se quiere eyacular. ¿Cuál es el resultado? Simple, se incrementa la presión. Más concretamente supongamos que uno se abstiene de eyacular dos veces, de las cinco que ha realizado el coito con la misma persona, y supongamos que uno se ha abstenido de eyacular todas las veces. Si la abstinencia es constante e incorruptible el resultado es predecible: locura. Pero como sea, no es más que una parte del precio.
Este tipo de patología cuya raíz no es el intento de la vivencia de eliminar los deseos, sino que consiste en incrementar a niveles insoportables el deseo y evitar su concreción pudiendo hacerlo, nos lleva a un nivel de atención insospechado para quienes no lo conocen, con lo cual se cae en otro tipo de tentaciones. Digamos que la realidad quiere tornarse exultante. Así, una plantita de mierda que sale del asfalto quiere referirnos al poder de la vida, a la teoría de los imposibles realizables. Cada ave de rapiña se convierte en un gran defensor, cada perro lleno de pulgas quiere convertirse en el más fiel de los amigos, como si dado que Dios llamó amigo a Abraham (por tres veces), nos sea harto sencillo llamar amigo por las veces que queramos a cualquier persona que nos traiga una sonrisa, un regalo, o la “oh” gran entrega de su cuerpo. Pero como estamos atentos, nos damos cuenta.
Dadas así las circunstancias, esto que llaman contexto y que no lo inventamos nosotros, sabiendo que apenas nos bañamos ya nos está esperando la mugre, sabiendo que apenas la suciedad nos cubre ya estamos queriendo lavarnos, que apenas sabiendo que estamos vivos ya aprendemos que vamos a morir, que puestos en la idea de que vamos a morir queremos vivir, es comprensible que entre el absurdo y el imposible nos convenga optar por cualquier cosa que sea imposible, y más aún si su realización sea dejar esta condición. Pues vivimos en las barracas, entre ustedes, y es, en el mejor de los casos, inaceptable. Pero ya ven, como queremos irnos de aquí, no lo hacemos, es el precio, parte de la espiral, que de cuando en vez parte de un círculo que se ha cerrado, con toda su carga de imperfección.
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