Día 47 – Días migratorios
Hay un «love theme» compuesto por Jack Nietzsche del cual alguna vez podríamos llegar a partir, ya que mencionaste esas 50 sombras que ambos sabremos no leeré jamás. Uno de los autores cabalistas que leí decía que «el lector es más activo que el autor», y que creo que esa es una muy buena manera de entender la visión ajena respecto de todo. Las mujeres, por cierto, en lo normal son mejores observadores que los hombres, pero esto, ya me dirás, no es más que por instinto de conservación que lleva al estudio detallado tanto de las rivales como del procreador.
Pero lo otro, el aprender a aprehender lo de afuera hasta internalizarlo, el desarrollo de la capacidad de saber leer no ya una novela complicada, sino una cicatriz, unas canas, las ojeras, el silencio —último bastión de los solitarios— y cada gesto privado de ocurrir o entregado con desenvoltura, va siendo la verdadera variable que permite el tránsito. Leer las notas y leer cada ausencia falsa o programada, leer cada pausa en la línea del tiempo y todo el tiempo que transcurre en una situación de vacío generado desde lo interno por fundamentarse en un otro que no da para ser cimiento.
Ahí, en el paso de la llanura a la meseta, es leer el aliento, esa cadencia con la que cada protagonista empuja, estira o sostiene su propio argumento emocional es cuando la cosa comienza a tener gracia, porque sin aviso comenzás a darte cuenta de que tomás un microsegundo de distancia entre el acto que ves y el juicio primero respecto del mismo y ese mismo acto con el segundo juicio ya razonado desde la propia experiencia o, en su defecto, desde la propia imaginación. Ahí es donde podés decir «sí, lo sé», o bien un «sí, me lo puedo imaginar».
Después de la meseta, cuando comienza la montaña con todo su espíritu de cúspide, es cuando leés al que te sabe leer. Es aquí cuando no hay ropaje que valga, porque no hay otro modo de andar que el desnudo, dado que el que está en frente conoce, sabe e imagina en casi idéntica medida lo mismo que vos. Ocurre entonces lo incómodo de presentir sentirse cómodo por primera vez. Esa sensación tan rara de poder expresarse y ser entendido sin intentar hacerlo, es decir «Beethoven frente al piano» y que el otro comprenda cómo son entonces tus latidos de fondo.
Cuando los que se saben se sientan frente a frente, y cada uno de ellos tiene a un pueblo detrás, y cada uno de ellos representa creencias diferentes es casi inevitable que lo que digan sea a puertas cerradas. Los pueblos creen en la forma, ellos «los que saben» dominan el fondo, y saben que todo se trata de ceder; como saben que la forma, una vez establecida, se resiste siempre a ceder. Yo te sé, vos me conocés e imaginás. A mí me toca ceder. A mí me toca esperar que llegues a tu nombre a solas con el mío.
Yo sé cuándo pretendes, cuándo finges,
cuándo el cansancio quiebra de ansiedad
lo posible y sencillo de los días;
cuándo, siendo hermético, te proclamo.
Sé también los motivos, el histórico,
cada día en la lluvia con el frío
arañando tus pies entre la gente,
apretando tu voz contra la noche.
Y sé muy bien tu risa cantarina
estropeando esquemas insalubres,
cada gota de sed siendo extranjera.
Y sin embargo ignoro los colores
que te hacen la mañana sin mis gestos,
y cómo son las horas en que amas.
31.05.14

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