69- Como si hallar no fuese otra cosa que hallarnos
Poder decir que le torcí el cuello al tiempo
–después de que me rajó las espaldas–
que le moví el piso al metro, al ritmo y al fulgor de mis yoes
por esa densidad y preclaridad de la distancia y su filo
instalándose sin prepotencia en la mirada y en las manos solas,
como se instala un susurro en la voz del que concede.
Negar los naufragios
porque todos fueron previstos y queridos,
los velorios
porque se ganaron una fama sobrevalorada,
y todos los aniversarios de nacimiento
porque nada, salvo la torta, está en la edad.
Y seguir la búsqueda
como desde los tres o los treinta años,
sabiendo que no se encuentra sino que se construye
pero que a veces el universo hace trampa y permite
lleguemos a donde no podríamos sin suerte o destino
–con Borges y Cortázar en la mochila–
como si hallar
no fuese otra cosa que hallarnos.
Más allá de lo que opinen los cultores de la bella palabra, yo creo que si un autor no explora los límites de sus propios límites, nunca será un autor completo, porque el arte es la exploración hasta el desnudo de lo que más oculto, vibra y vibra.
Silvio Rodríguez Carrillo hace, en sus «217 consecuencias de las tierras altas», precisamente eso: hundirse en su sí mismo y volver hacia el lector las manos, trayendo ese hombre interior que testifica todas sus realidades, para que el resto, aquellos que leemos en su hondura, nos identifiquemos con la vida.
Gavrí Akhenazi
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