Diario 44
El mundo de la farándula, le decían, y se trataba de músicos y musiqueros y era todo lo que tenía como demostración de que el mundo —o sea, la gente— se trataba de algo más que simplemente los horarios conocidos. Había música, y con algunas de ellas, también había poesía, y algunas de estas contenían mensaje, y, a fuerza de continuidad —que a una edad suele reemplazar al prestar atención— sus oídos fueron haciéndose aptos, su memoria portentosa.
Pudiera parecerle a cualquiera un fenómeno, pero lo único extraordinario, lo verdaderamente raro fue que de algún modo inexplicable sintió en lo profundo de su mentalidad que todo lo que le rodeaba estaba sucediendo sensiblemente, y que más tarde o más temprano, le sería de utilidad registrarlo. Así, años antes de llegar a tener siquiera una erección ya sabía de las historias de matrimonios quebrados, de traiciones, de celos, borracheras, y de muy diversos crímenes, de manera que cuando alcanzó la pubertad, ya veía con claridad la perspectiva de vida de hembras y machos de su entorno.
Sin experiencia, tenía conocimientos, y de ellos extraía conclusiones, realizaba extrapolaciones, en fin, pensaba. Y entonces, cuando ocurrió la primera decepción, ya sabía, enteramente ya sabía que sólo era cuestión de tiempo —siempre tiempo—. Y antes de viajar, habiendo aprendido a detestar ciertas circunstancias de su primer sitio de residencia, ya sabía que en la distancia podría caer en la tentación de recordar solo aquellas cosas que son consideradas como bellas cuando la distancia permite obviar la presencia de aquello que puede ser considerado como feo. Y cuando volvía de cada uno de sus viajes, a diferencia de los demás, por ejemplo, no esperaba la estruendosa bienvenida, pues sabía que cada cual había seguido un rumbo y un ritmo en su ausencia, una estructura que no podía venirse abajo, de repente, solo por el hecho de su regreso.
Como mecanismo de defensa, no lo dio todo, porque temía el hecho de que una vez que deje de hacerlo aparezca la realidad del reclamo ajeno, pero como no podía postergarse a sí mismo perpetuamente, al final terminaba siguiendo el curso de su voluntad expansiva, y cuando perdía las fuerzas, simplemente lo aceptaba y dejaba de dar, asumía el reclamo, y volvía a vivir la teoría de que todo, nuevamente, sería cuestión de tiempo.
Imponía sus horas a las demás horas, puesto que era diferente a todos, y que todos eran diferentes a todos, debía hallar el mecanismo por el cual pudiese lograr lo que pocos lograron, y evitar lo que pocos evitaron, para alcanzar lo que quizá sólo él podría alcanzar.
En los extremos halló reposo, puesto que su vida misma no era otra cosa que un exceso, por lo que al tiempo que se entregaba con furia, a su tiempo renunciaba a la tentación de ceder a un ofrecimiento inútil en su proyección de futuro. Cuando una relación hacía crisis, intuía si sería posible sostenerla o no sobre la base de a qué llevaría, y no sobre la verdadera posibilidad de éxito de tal empresa, si hallaba que no tenía caso, hacía un esfuerzo mínimo —téngase en cuenta que hasta sus mínimos son excesivos—, y hasta ahí llegaba, para poder de nuevo, sin lastres de remordimientos, poder mirar al frente, con la mirada clara, aunque con la visión siempre un tanto confusa.
Y así se fue haciendo, perdiendo posibilidades de ser engañado, aumentando sus chances de engañar a cualquiera y absteniéndose cada vez más de hacerlo hasta lograr su cuota de absoluto. De modo que en su segunda década de vida no tenía en su historial ningún antecedente de haberle reclamado nada a nadie, y, sin embargo, centenas de antecedentes de haberse exigido incluso más de lo que él mismo hubiera podido soportar sin cargar con huellas y rastros por haberlo hecho, y seguir haciéndolo.
Era difícil, porque no era un sujeto de fantasía, sino un alguien real, con dirección, teléfono, y esas cosas. Un alguien sobre el cual cualquiera podría emitir un juicio, pero del cual ninguno de nosotros podría aspirar a ser objeto de juicio, puesto que para sus ojos, no éramos lo lleno, ni conducíamos a lo lleno, no fuimos más que la circunstancia que le tocó, nada más. Y por esto, realmente era un escándalo si acaso demostraba, con su sinceridad de acero, que nos guardaba algún tipo de afecto.
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