Escucho del daño que el niño causó,
escrito con impecable caligrafía
un mensaje me permite
ver el miedo y la frustración
en toda la piel y conciencia de la pequeña
desde las manos del que comienza a ser cruel
le doy un golpe
lo vuelvo a golpear
y una vez más lo golpeo
“maricón de mierda, no le toqués a nadie, carajo
y menos a una conchuda”.
No me duele, para nada
sé que sólo es la fiebre
y sé dónde está la infección.
La violencia
no es un puño estrellándose contra un mentón
ni un empeine calzando justo en una quijada,
tampoco el estallido de una bala cruzando el cuarto;
creer esto es de dementes.
La violencia es mentir,
hacer creer
que la poesía vende
que la prosa se entiende fácil
o que el amor consiste en otorgar exclusividad espacio temporal
a cambio de espejitos.
Y la violencia comienza
cuando la mentira acaba,
cuando el segundo hijo reemplaza al primero,
y este al padre, al que no le importa Ceres
sino que busca a Venus, si acaso es de Marte,
cuando el pobre se endeuda comprando armas a plazo
para sacarle al rico más de lo que puede
porque quiere más de lo que está dispuesto a generar.
Corro, de todos ustedes, de todas sus estupideces,
tras haber golpeado al niño que dañó a la niña,
pero escribo, sabiendo que mientras duermen me captan.
Deja una respuesta