Ahora ella me ganó la mano, al arrancarme el deseo,
Y se posó victoriosa sobre mi respiración vencida.
Era suyo, toda guerra lo exige, y tomando mis manos
Me ofreció el tacto de lo que había logrado.
Acepté seguro, hecho un poeta, pura imagen,
Y abrí las compuertas de mi pasado brutal,
Para cruzar el tiempo de las tácticas, el de la espera,
Y más allá de la piel, mis manos enredaron su pelo.
Hice el amor con su boca, esa media mañana,
Mientras los demás jugaban al dinero y al futuro.
Y cumplido el pacto, de silenciosa complicidad
Abandonó el lugar, sonriente de posesión.
Me quedé un momento más, algo lánguido,
Arreglándome la ropa, todavía sensible al extremo,
Sólo para percibir que podría decir, alguna noche,
Que la habitación era blanca, fría y nívea.
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