Así que ahora, con varios continentes en el retrovisor, comprendo que la última herida no existe. ¿Si cuesta? Casi nada, si “sabés estar” en soledad. Por lo que resulta imposible si cedés a la tentación de volcarle a alguien la sucia situación de dependencia, cosa que tanto venden, enseñan y hasta imponen. Ya sabés, “el hombre es gregario”, “no es bueno que el hombre esté solo”, todo eso.
Si buscás aplausos, actuá. Si querés que te sigan, accioná. Si querés que te recuerden, ausentate. Y si querés ir, andá aunque no te llamen.
Me suele doler lo aplastante de la lógica animal en la que se mueven los muchos, y ese egocentrismo maniático desde el cual la operativa mental no consiste en otra cosa que atacar al que desprecia lo inútil, y justo porque lo hace sin ansia de dominio o movido por marcar alguna superioridad, sino simplemente porque lo que le rodea o no le basta, o le asquea.
No bastarle a alguien parece ser un crimen, cuando es lo natural.
Si yo te digo “no me bastás, quiero más”, no sólo te vas a emputar, sino que me vas a tratar de tarado. Me vas a mandar a tu mejor amiga, a tu mamá, al sicólogo, al siquiatra, al comisario.
A lo mejor si vos me decís lo mismo yo haría igual. La diferencia es que no me importa la puta diferencia.
No me voy a poner a decir lo que te hace diferente, ni lo que me hace diferente. Menos lo que nos hace iguales o semejantes. Yo escribo para darme el gusto. Si existo aquí porque decidí hacerlo, lo estoy haciendo. Si existo aquí por accidente, igual estoy haciendo lo que he decido hacer. Así que soy imposible, en el sentido de “este tipo es imposible”, como también en el sentido de “es posible un tipo así”.
Lo que te digo es que si sos fuerte no hay vuelta atrás.
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