Yo fui piedra,
y altanera y sola
sostenía la falda de la montaña,
amoral, sin nada que decir
me llenaba mi propio silencio
en mi inmóvil densidad.
Hasta que escuché
una niebla jugando a infinito,
algo así como una nube triste
que, sin embargo,
sonreía su lluvia en una voz
refiriendo a la rosa del mar.
Entonces muté a polvo,
y entregado al viento
conocí el ansia de saber
el origen profundo
de lo que hasta hoy no puedo asir,
la fugacidad de su eterna compañía,
la magia que habita en las bestias
cuando pacen tranquilas de sus manos
el oro indomable de su sangre vuelta palabra,
y los destellos con que tatúa el remolino
de mi andar sin modo ni forma,
en los que a veces se detiene
para recordarme de qué se trata ser acantilado.
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sofii dice
que bello