Media noche y sin dormir, en la mente las sábanas de todos los que en tu gran castillo. Gabriel no lo sabe y Luis no llama, pero vos no estás, de modo que no tiene caso. Aquí tengo unos papeles que hablan de vos, a pesar de Piazzolla que se atraviesa por las paredes, por encima de Onetti que mira de lejos.
Hay un algo que me mueve y persiste, haciendo que caigan los personajes de nuestro drama, uno tras otro, ese aquel, cuyas horas compartiste a conciencia mía, las noches vacías, y vos llorando en algún lugar, los vasos sucios y el sabor a humedad.
Después llegás cuando todos duermen y a tiempo te esperan. Te venís por el callejón, vestida de sal, llena de promesas, con alas cortas y blancas. No lo quiero decir pero es así que se da, como ceniza al infinito, las cortinas por dentro, tu falso rechazo al público que conseguiste porque no te quedaba otra, porque en tu fábula no hay sitio para los dos.
Habrá que hacer café y habrá que fumar, el teléfono estará demasiado lejos, como una década de otra, mientras el sol dormirá inquieto.
Una vez más lo dirás y lo repetirás hasta el cansancio, sin creerlo, y entonces y ahí recordarás los muebles y las servilletas, mis ojos atentos, entre tantas escaleras y tantas puertas a tiempo, lo que dijiste y lo que quisiste decir en continua carrera, como si yo, como si vos, como si vos y yo no fuéramos parte de lo que en alguna parte se escribe y se decide.
Es tarde y la complicidad reposa, dispuesto a las cadenas iré, la última jugada, el fin de la meseta. Desde aquí la retina enloquecida, el único posible, la última herida.
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