Un dulce abanico de vaginas me visita
esta noche en la que lloro tu ausencia
memorando entre sollozos y whiskys
cómo con el culo abierto cual túnel del tiempo
gemías a un empuje vítores por Kant
y al siguiente rezos por Nietzsche,
cuatro, seis, ocho tetas en mi rostro
–que llora a lo Iglesias en todos sus clips–
me vuelcan al atrás del ahogo al que me obligabas
cuando con tus pezones en mi boca
me hacías ir de Wagner a Beethoven
con tu clásico “¡cantá, perro!”.
¿Qué decirte del goteo de la cera
al caer sobre mis huevos tan sensibles
mientras la Nubia me mordisquea un muslo
y la germana hace trenzas con mi pelo lacio?
Es como cuando en los funerales
buscábamos semejanzas entre West y Albinoni,
y mientras yo le tocaba la mano al muerto
me metías un dedo en el culo y luego te lo olías.
Te escribo porque me dejan,
porque tal el trato,
y ahí una se monta, otra chupa
y a otra se la chupo de a ratos, pero constante,
un poco porque habrá de molestarte mucho,
algo porque habrá de divertirte,
pero sobre todo porque te extraño
y esto de extrañar es un dolor que tiene destinatario fijo,
ahí tu ventaja.
Bueno, te dejo
la pelirroja está con sed,
y sal me sobra a estas alturas.
p.d.
llamame 😉
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