Se me va mayo
extraño, fugaz e inolvidable,
con esa tristeza de llovizna que cala
y con la alegría de lo cálido por dentro,
a manera de dos polos queridos
que en mi pecho se expanden, según los otros,
y que para mí tan sólo se columpian.
Al filo del final de este otoño pulcro
fijo en uno un montón de recuerdos,
un siluro existencial, como agua entre las aguas,
y al tiempo que puedo tocar al animal de aquel momento
detenido en su viajar,
todo es danza contrapuntística
sosteniendo en sus pasos lo inmóvil.
Y en esta pobre certeza
de saber que nuevas flores serán paridas en estallido
de nostalgia profunda y risa contundente,
te respiro linda entre las lindas
apocando mis ojos entre tus letras,
sintiendo tu oleaje insumisamente dulce
por entre mis sinapsis de rabias y contentos,
como siente el peor de los alumnos
un infinito asombro en el regazo que lo sosiega.
Quizás sea incorrecto, políticamente amando,
esto de admirarte y quererte detrás de mis muros,
llevarte no en el puño que me marca la frente y me hace fama
sino en el escapulario que oculto a todos,
el que aprieto insistente cuando, carenciado
necesito daciones impagables
o injustos ejemplos irrepetibles.
Por lo demás,
tú disculpa que sea más joven que mi edad,
que de mi torpeza haga bandera
y de mi orgullo toda una nación,
pero es que a prisa quiero ser grande
y entonces devolverte siquiera algo
de lo que tú nos significas
a todos los locos que somos en mi interior;
ya ves
esta imposibilidad de la arena
de acompañar al mar en su remolino de luz.
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