La luna seca sobre los sapos muertos
el aljibe roto y la manchada pintura
la petición que no se atreve con la boca
la ropa que no se ajusta al molde de carne.
Noche de paz tras el día de muerte
el funeral eterno de todas las hojas
la terrible celebración de todo final
con el hastío sonriendo sobre el muro.
El duelo de las conjunciones, agilidad perdida
vanidad, orgullo, humildad, y amistad
lo necesario del destrozo de las almas
el barro del suelo en los labios del profano.
Un mañana inmediato donde parte de la gloria
dejará también su rastro en la memoria del futuro
testimoniales difíciles pero también sencillas
para el oído que quizá aún ignora que las busca.
Lado a lado virilidad e imaginación
el desprendimiento que pare al dolor
la violencia de la leyenda del cuarto clavo
la soledad de una corona incomprendida.
El árbol que siéndolo no tiene treinta años
cuyas raíces son más profundas que amplio su follaje
cuyo entorno es el que evita los nidos impropios
como el agua que limita el paso de las hormigas al azúcar.
Judas Macabeo en los labios de una parte de la judería
los cuarenta y cinco grados en los ojos de Pitágoras
la firma de recepción de lo que no habrá de entenderse
el mensajero que parte sabiendo que lo que deja abrirá una coraza.
No hay tiempo para el beso presuroso
la ternura que habitó entre las piernas de la anciana
la piel gris del rostro que entre arrugas va decayendo
entre bancos solitarios de plazas todavía no inventadas.
La sombra de los edificios en cuyos murales sigue la vida
la concentración de un rayo de luz proyectado por una lente
el palpitar embravecido de la niña que quiere apresurar su triunfo
la dádiva que al día siguiente, siendo recuerdo, ya es recompensa.
Se quejarán los monstruos, y casi todas las creaturas
en algunas, a pesar del entendimiento, no habrá gratitud
en otras, más voraces por más fieles, se dará el néctar capturado
y aún en otras más pocas, por no conocerse aún, lo auténtico del hallazgo.
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