Sexto decanato
Reparar – del libro «Aire»
Quiere la noche sola en sí cerrarse
sabiendo que lo oscuro que desprende
hace, por norma, el cielo del que abajo
transitando labores como plebe,
confunde luminarias con colores
por un desliz que a veces luego crece.
De igual modo fatigan objetivos
bordeando con danza entusiasmada
sus logros, que pretenden son cimiento
sobre el cual les parece que una escala
sería justo y sano levantar,
pues se siente el impulso y que no hay trabas.
Mas nada es demasiado simple o burdo,
una vez dentro, a solo doce pasos
de la puerta del templo no evidente,
se olvidan los peldaños desangrados
que llevaron al atrio en lo anterior,
no hay memoria del precio del zodiaco
marcando la apertura migratoria
hacia donde termina todo hermano.
Sin pausa la presión se desarrolla
y es la constancia esencia sola y suya,
no es con inteligencia soportable
ni bebiendo decalitros de cubas,
sino que es enfrentando que se alcanza
desestimar su peso de la nuca,
que el desafío vuélvese una brisa
capaz así de dar sutil ayuda,
por el convencimiento de la mente
conectando con otra haciendo estufa,
calor y punto nuevo en la espiral
que alguna vez fue red dispuesta en fuga.
Intensidades varias y variables
limitadas, son dudas en el pecho
del que busca confiar, como también
defensas que despliegan los efebos
que temen seguir siendo lastimados
en aquellos niveles que sin eco
extienden la dinámica del número,
entre lo que respira su denuedo
y lo que no precisa de respiros
por ir en lo intangible ya sin egos.
Así, el principio marca la torpeza
donde el valor se gesta inconfundible
en el alma que busca el brillo arcano,
mientras vive presencias que prohíben
cruzar ninguna cerca establecida
por si el perseverar de cierto existe,
innecesario, claro, al primer pie
pero fundamental si es que a los límites
se intenta rebasar tras descubrir
el yerro en el andar de capo a fine
y lo que cuesta es volver de nuevo
a por donde la luz es que preside,
porque si en el pecado se hizo daño
tan solo al repararlo – así se exige –
habrá perdón y gracia, más no olvido
pues nunca las cicatrices oprimen.
Deja una respuesta