Diario 45
De pronto, de una sola vez, todos los libros, todas las canciones, toda la historia, cayeron sobre mi mirada.
Lo que debiera ser, comparado con lo que en realidad sucedía me causaba agobio, hecho a hecho iban talando el árbol de mi paciencia. Empujándome, presionándome, con todos los estilos posibles, de todas las maneras posibles. En ese entonces me consideraban poco menos que un objeto, quizá debido a que a nadie jamás traté como a un alguien, quizá porque globalmente todos me impresionaban en cuanto a seres viviendo un sin sentido pocas veces confesado, aunque expuesto de mil maneras diferentes, de modo que en lugar de amor, lo que sentía por ellos, dado los extremos, tampoco era más que una lástima liviana, mezclada con un algo de impotencia. Al principio, la manifestación brutal del que está convencido de que tiene cierta importancia, luego el orgullo y por lo tanto el alejamiento, para terminar en la necesaria fase de una humildad tan terrible que no tenía otra posibilidad que la de manifestarse en un lacrimoso arrepentimiento, señalado por un sin fin de promesas a todas luces imposibles de cumplir, dado que a cierta edad, y sin la presión de todo el contexto encima obligando a la mutación o condenando a la muerte ya nadie puede cambiar en nada, y menos aún pretender cambiar siquiera una infinitesimal porción de ningún tipo de realidad.
La resistencia entonces consistía en visualizar y presenciar las fases desde un mismo punto que aunque inamovible, permanecía inasible merced a un continuo cambio intrínseco. Como un tipo frente al cual ocurren nacimientos, suicidios, pestes que arrasan con poblaciones enteras, y descubrimientos de vacunas salvadoras, predicciones de cataclismos, y predicciones de salvación multitudinaria y simultánea, y el tipo ahí, ni mu, mientras dentro le van ocurriendo tantas cosas que todo aquello que ocurre “fuera” no puede llegar a moverlo.
Así la explicación de los juicios, y la manera de ir siendo dioses. Pues, desde lejos, si no fuera por la historia de ciertos testimonios, no existiría nadie que pudiera decir que lo que dijo o hizo no fue como respuesta a su deidad, a la cual, pese a todo, más tarde o más temprano, termina por rendirle tributo, y más aún atribuyéndole la razón de todas las cosas.
Dios está lejos, pero el hombre que ha leído de él está cerca, la gente es inaccesible, pero quien la puede manejar está cerca; y uno está lejos de sí mismo, y el que nos conoce con sólo mirarnos, cerca, y todo lo que está cerca, es horriblemente más sencillo de capturar que lo que está lejos, a menos, claro, que no se deje, o que teniendo fuerzas para llegar, carezca de la razón para saber dirigirlo todo hacia el sentido en donde convergen corazón y mente.
Y va siguiendo, la vuelta y el retorno, las explicaciones y los nuevos cursos de acción, que novedosos no lo son. Ya se sabe, cuando falla la imaginación, aparece la memoria, y viceversa, y diez millones de frases así, con sentido pleno, real, cierto, y absolutamente posible de transmitir por la extrema simpleza de que se ha estado ahí.
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