Si no te enamorabas no valía,
el dolor era inútil, no tenía sentido,
ibas como un vulgar y triste incomprendido
a vivir lo que otro viviría.
Pero si su mirada te podía
cada mañana ibas bien puesto y decidido
a dar la talla, a ser el escogido,
ganarte su sonrisa – tu máxima alegría -.
Persistiendo con saña – eso gusta a los dioses –
alguna vez al año podías acercarte
cruzar los territorios y sentir su contacto.
El corazón, entonces, se pronunciaba a coces
sin saber decir mucho, sin conocer de arte,
totalmente arrobado por su inefable tacto.
Deja una respuesta