Su voz era un torrente que sugería el juego
invitando con ganas a la desobediencia,
a no dormir “la siesta paraguaya”
en desafío al duende, al raptador de niños*.
Yo no tenía miedo – nací loco
o muy contra corriente – así que arremetía
tras soltar el aviso a mis dos alacranes,
que nunca me dejaban pecar en soledad.
El arroyo nos guiaba hasta lo alegre
de la risa infantil, hasta el bullicio
de disparar** silentes y volver a hurtadillas.
Alguna vez nos vieron y ligamos garrote
pero siempre fue tarde, pues vez que nos pillaron
ya había germinado el contento sin fin.
*Yasy Yateré
** Correr
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