Arrastra su impaciencia y va astillándose
las rodillas y el nudo de su voz,
con la imagen del tiempo destrozándose
en su mente bendita como atroz.
Empuja lo futuro de su sino
carenciado de aliento y pertenencia,
arriesgando su fe hasta la demencia
sin que le quepa el nombre de asesino.
Y al final del pasado, quieto, a solas
sonríe en su cordura desmentida
cinco pueblos atrás bajo las olas,
mientras la historia, burda resentida
escupe su silencio verdadero:
el por qué primerizo de su fuero.
Deja una respuesta