III. Penúltima caja
4. Los otros
Apenas comprendían el pop, tío
—mientras yo iba por jazz, a por el llanto
que tienen los sonidos del quebranto
para los condenados al hastío,
sufriendo la distancia y el vacío
de sus gestos banales y de espanto,
concentrado en mis notas, en mi canto
de colores amargos al gentío—
un pecado, quizás una tristeza,
y portaban los huesos sin heridas
la mirada sin nada de fiereza,
lo justo para ser una torpeza
que vuelve a la memoria remordida
cuando se mira dentro en su flaqueza.

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