Como otras, en mi cama dejó la niñez, y de a poco, no de una sola vez, fue iniciando el largo viaje a ser mujer. La noche, frugal de alimentos, fue llena de sed a saciar, con el inconveniente de las horas y la solución de su precisión. Fue lento, y fue brutal, con un poco de inconsciencia, y mucho de emoción, con esa manera que tienen los hechos de ir desmintiendo los conceptos que los refieren. Lo demás fue hoy.
Apenas hubo salido el sol, comenzamos los preparativos para el día de pesca. Convino el día en parecer un tono más brillante que los anteriores. Hablamos poco, aunque laboramos mucho, atendiendo cada detalle, previendo los momentos posteriores. Y así nos hicimos al río. Y ya en él, nos entregamos al silencio, a la apenas perceptible tarea de preparar los anzuelos y lanzarlos al agua.
Cadenciosamente iba entrando en mi pecho y en mi mente la imagen certera. Un preciso rayo de sol caía sobre su frente, de donde se desprendían algunas gotas de sudor. Entendí claramente su enorme juventud, y el terrible peso de la vejez que le acecharía en unos años, en algunos meses, quien sabe, mañana mismo. Supe el ahora, y de este extraje que el instante es mío. Pude ver que yo sí perduraría, porque mientras viviese dentro de mí siempre llevaría esa imagen, no ya la de ella, sino la de la mujer misma… ¡la mujer misma! La amante que fuera, y no el tremendo decaimiento que tendría lugar en la mujer que estaba entonces conmigo.
Con un gesto quise esquivar la escena, pero no pude hacerlo, bien sé que no me esforcé en hacerlo, pero al menos tengo el consuelo de que nunca he resistido a la verdad, cualquiera sea, y como en ese momento yo captaba la verdad, no tenía caso oponerme. Y así, al bajar las defensas intelectuales, comprendí que en su ser sentía que me amaba, más allá de si alguna vez hubo sentido o no amor, era obvio que sentía que me amaba, y que dados los hechos, las circunstancias, el resto de su vida, pasase lo que pasase, en el fondo, nunca dejaría de sentirlo. Rápidamente imaginé la ruptura, las causas que la provocarían, pero como tengo límites demasiado definidos, entendí que lo único que alcanzaría gravedad sería que pasado el tiempo, otra mujer acapare con mayor intensidad mi atención, resultando de esto una infidelidad, la cual, descubierta, haría estallar la ruptura. Pero, del mismo modo, esto no habría de cambiar lo que sentía, la arrasaría el dolor, y encontraría un millón de palabras para tratar de desdibujar lo que no habría de poder, porque ya ha definido dentro suyo que me ama, y eso es todo. Y lo serio, como sea que irían a ocurrir las cosas, es que más allá o más aquí, tentando ya esta o aquella vía de escape, el golpe sería fatal, puesto que ocurriría en las postrimerías de la edad, donde aunque todo muta, ya nada suele ser reversible.
Si se mira bien, desde una mirada clara, puede entenderse que es un callejón sin salida al término del cual no existe posibilidad de encontrar otra cosa que no sea un dolor extremo, con escasísimas probabilidades de convertirse en sufrimiento (es decir, en un dolor con sentido). De manera que, ¿a qué esperar a que ello suceda, como si en esa espera, que no es otra cosa que el transcurrir de los días, pudiera quizá hallarse una bendita solución con final feliz para ambas partes? Uno de los dos tenía que asumirlo, uno de los dos demostrar la fuerza del verdadero cariño, y como ella no lo hiciese, como ella ni siquiera imaginase la realidad, tuve que hacerlo yo.
Me acerqué despacio, y la ahogué.

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