Sexto decanato – Aire
Sép hi d ai
Es una madrugada y hace frío
en la orilla grisácea del estanque,
donde entre las penumbras y el silencio
ve la desesperanza que subyace
en el enorme libro que la porta,
el que lee sabiendo que le cabe.
Ya no lamenta algunas viejas pérdidas,
los ladridos del perro que se agita
cuando lo ve llegar de entre el gentío,
la visión de las puertas allá arriba
girando sobre sí mismas silentes,
o esa electricidad que no se explica
brotando en el estómago profundo
a modo de carrera y zambullida.
Y ya no le detienen las euforias,
ni aquella convergencia de lo visto
con lo que imaginó, mucho más antes
que la simiente fuese al fin el trigo,
cuando sometió instantes, calendarios,
que hoy navegan el aire nunca fijo
respirado también por su ascendiente
pendiendo de una espada y de mil hilos.
De vez en cuando juega al existir,
se permite mirar sin observar,
sujeta su intención de mostrar trazas
escapando de sí, tras el allá
del fondo medular de una quimera
o pensamiento, fruto del que da.
O le dialoga al viento que respira
mientras soporta ajenos desalientos,
tolerando infinitas irrupciones
de los que decidiendo ser plebeyos
no tienen más misión, según nos dice,
que desaparecer como los ecos.
Tú, comprador de tiempo y de las lluvias
¿cuántos ataques más podrías, solo,
guardar en tus alforjas, hechas todas
con la piel exquisita de los lobos?
¿Con qué cancelarías la palabra
de aquel que diseñó sin estar loco
la montaña pletórica de vida,
de la que alguien sustrajo más que lodo
un trocito de brillo que valúas
hasta perder razón y hacerte ahogo?
Entonces es que vuelve a sus esperas,
por el peso brutal de lo que sabe,
que habiendo sido chispa develada
ahora es el bastón sobre el que late
y se apoya, sonriente y alejado
con el cielo no visto como base,
báculo del que no depende nunca,
como jamás depende de la forma
el mensaje que expresa el recipiente,
ni depende el reinado de las ropas,
ni toda libertad de algún liberto
masticando su nombre entre las horas.
Persistirá, lo cierto es que lo hará,
y que habrá de marcharse estando inmóvil,
como nube que parte sin aviso
dejando su perfume en la metrópoli,
su sombra pasajera, su recuerdo
de verbo que lastima y cura indócil.
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