Arrancamos el día con entusiasmo, agradeciendo que al menos tenemos una nueva oportunidad, sin tener idea de para lograr qué. Cualquiera, viéndolo así, se deprimiría, pero ¿acaso no lo viven todos, y por todo el coso ese que llaman tiempo? Hablo de nosotros, y hablo de ellos, y así, cualquiera diría que el que lo dice soy yo, pero ¿acaso yo soy conocido? ¿Acaso alguien puede decir afirmar sostener y probar que me conoce siquiera en lo más ínfimo de lo que soy y voy siendo? Es como establecer tipologías, definirlas claramente, estudiarlas, y luego decir que “las comparaciones son odiosas”. Es algo así como que alguien venga y diga que dadas las condiciones socioculturales de tal especie –¿por qué no la humana?–, la hembra, necesariamente para lograr un grado de satisfacción acorde con su naturaleza debiera casarse virgen a tal edad, procrear a tal otra, y morir a los mil veinte y dos años. De este modo, bastaría con que yo escribiera, dijera, o dibujara que algo me duele para que el impresionante despliegue de dendritas y axones haciendo contacto sin pausa concluyan majestuosamente que efectivamente algo me duele. Y es dulce.
Lo amargo, quizá, es que yo escribo tu dolor, tu carencia, tu vanidad, tu orgullo, tus predicados, como lo hacen los que están a mi lado, como no lo hacen los que no conocen el inmenso circo de las barracas… a ver si la captas.
Pero suena el cello. Sus venas de acero pueden. Pueden. Pueden más que tus cuerdas vocales, y alguien que tiene cuerdas vocales las hace sonar, quizá fuma. Es posible que falten siete minutos.
La palabra milagro y sus consecuencias. El mural pintado de blanco para que alguien lo refiera inmaculado, el blanco como la suma de luces, el negro como ausencia de luz, y el principio de las cosas, escrito o no, para el pequeño drama del intelecto peleando con cucharitas de cartón contra lo que llaman el corazoncito, como si un corazón pudiera ser “un corazoncito”, como si una pelea pudiera ser pequeña, como si no fuese posible sonreír por el logro de extremar la voluntad hasta expresarla merced a las fuerzas que se tengan, que si son todas, no pueden ser consideradas pequeñas, y menos aún breves, dada la circunstancia de que todo es posible, y que ya todo ha sido posible, como cuando los ojos se desprenden de sus legañas, gracias a las cuales se expone el mensaje exacto del desprendimiento, y una sonrisa vanidosa teje su burla al orgullo por lograrlo, y la cadena de polvo que ocurre entonces. Y así el perdón, la disculpa, la broma que fue demasiado lejos, pero que no fue más que broma.
¿Qué más da que unas cuantas bofetadas? De todos modos, de entre los vivos de aquí, cada cual habrá de terminar muerto. Basta con quien quiera lograrlo mañana, basta con quien sepa esperar, basta con quien quiera quitar provecho de dos protagonistas, basta con que cada cual se atreva a olvidarse del mundo y arrojar al suelo la capa que cubre el espejo, que al final no existe, pues no hay más que mirar al frente para poder intuirse, que es todo cuanto puede lograrse en los niveles en donde el pasaje del colectivo existe, la entrada al estadio, los besos fríos y los platos sucios.
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