A veces se da un momento en el que ves algo que sientes no está del todo bien. No te hablo a ti, le hablo al otro, al que brilla más que tú. Te decía, a veces pasa que lo que ves no encaja, puede que más tarde lo llames incorrecto o correcto, pero ahora, que todavía brillas, lo llamas bien o mal. Si ocurre, ten cuidado, mucho cuidado, porque con querer cambiarlo no alcanza ni para intentar el camino que habrá de mostrarte cómo cambiarlo. Sólo fíjate, el perro que anda sin dueño, el borracho que duerme entre papeles en la vereda —reglamentariamente en invierno—, la mujer que intenta suicidarse, el hombre que fracasa en el intento de ingresar a una universidad, la mosca atrapada por los cristales, el niño que sonríe cuando pisotea a la hormiga que arrastra su preciosa hoja, etcétera. Fíjate, y trata la emoción sin sentimientos, el estar viendo sin mirar ya nada. ¿Me sigues?
Algunos dirán que he muerto muchas veces y que volví, mas como sea, no será lo que digan la Verdad. Con un poco de desprecio sobre lo que alguien pueda decir de mí, te refiero mi testimonio, diciendo que veces, solo a veces, sucede que existe un día más. Y, cuando sucede, pasa que resultan cosas del día anterior —no hay que pensar en días de veinticuatro horas, sino en semillas cuya maduración implican tiempos diferentes—, porque todavía te permites pensar en términos de tiempo. Más temprano o más temprano aún, se te da la oportunidad de los grandes gestos, pero mientras tanto, en cada minuto que dices y crees vives, en lo cotidiano, cuando compras algo para comer, cuando miras las luces del semáforo, cuando enciendes un cigarrillo o das limosna, ocurre una continuidad en la que puedes expresar tu intención más pura, cuyo resultado podrías verlo dentro de media hora, o quizás, en el último minuto de tu vida en esta tierra, dentro de dos días, o dentro de ciento veinte años. Y ya todo está perdido.
Sí, ya todo está perdido, lo dice la ciencia y lo dice la teología, incluso lo ríe la filosofía… pero es poco. Los maestros no son tales, lo que tocas difiere de lo que sientes, lo que ves, difiere de lo que miras, y sé que todo el mundo te habla de los millones de puentes que pueden unir esas diferencias. En esas pequeñas cosas, y en las gigantescas, en las cosas, simplemente en las cosas, ¡y nada más! Sin buscar magnitud, sin señalar intensidades, polarizaciones, y ese tipo de concepciones. Va como fijar la mira y esperar a que la presa se ponga enfrente, va como seguir a la presa con la mira, cuando, como sea que fuese, todo es espera de ese momento en el que coinciden mira y presa, y el dedo listo, merced a la atención despierta. La fábula del pez de la suerte que sólo salta una vez frente a los ojos a la orilla del río, la rueda de la fortuna, la predestinación y el libre albedrío, y las toneladas de literatura que no son más que explicación, o bien, el intento de explicación de un alguien que vivió cada momento, o casi todos los momentos de su vida, aferrado a la idea de que sus acciones debieran, finalmente, más allá de la vida o la muerte, converger con sus ideales.
A veces se da y entonces, cuando no, ya no cuenta; das un golpe y esto marca, aun cuando existen seis mil millones todavía sin entender que lo que queda después de ello es la fe en un golpe. Si aún no se te dio, es esperar un poco más, y puede que nunca pase, pero con no flaquear ya le das aliento a los poetas que fueron, y a los que vendrán; poetas que fueron hombres, que pueden ser niños, y que pueden ser ambos en uno mismo, quizá como tú, como todos, como ninguno, como un hombre o una mujer sabiendo que no es necesario saber para hacer. De lo contrario, ya todo está perdido.
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