III. Penúltima caja
2. Calma y ahogo
Me encerré con la bruta pasión del loco
a descifrar con nadie los estallidos breves
que cada gesto ciego me cupo en la retina,
y encontré lo profundo
de un tajo en las espaldas,
la risa del orgasmo
sin desnudar el cuerpo,
y todas las pisadas
llegando siempre tarde
al punto del desdén
donde parí mi nombre.
Vomité entonces futuros simples
espejos grises de gran valor
y dos rodillas para estrenar,
– en un ataque de calor negro
que concebí sabiéndome roto
sin los fantasmas de la cordura -.
Me dije muy despacio la calma y el ahogo
y atravesé los huecos
de todas mis caídas
hasta que palpé, puro
el no poder rendirme.
Deja una respuesta