Tuve alguna vez muchos tiranosaurios cuerdos
algunos, bailadores de tangos argentinos
otros, historiadores de cerebros cretinos
y hasta algunos boludos pintores de recuerdos.
A todos de comer les di sin reparar
ni en el porte de brutos que ostentaban felices
cuando me desfilaban como torpes actrices
—dejándome la sala sin nada que salvar—
ni en el trágico fin que llevaban por dentro
—y que eructaban siempre desde el íntimo centro
del culo virginal del que hacían bandera—.
A todos despaché con esa mi manera
de hacer del dos un tres sin otro predicado
que no sea el que dice: me tienen más que hastiado.
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