Amo despacio
Sangro, sin que se note sangro, por debajo de mi piel y sin una hemorragia interna. Desando mi mirada sin que por ello la intensidad de mis ojos pierda en nada de color el último de sus brillos. Lo sé. Es sólo que voy dejando de ser lo que fui, como cada tanto, para, también como siempre, comenzar a ser ese nuevo que siempre voy siendo. Nadie lo entiende bien. Y eso que todos lo saben. Esto de pronto me cansa, me agobia, y me lleva a ideas violentas, a unas ganas de tabaco y whisky y sexo y viajar lejos.
Pero uno tiene que acostumbrarse a no estar acostumbrado nunca del todo, y que todo el mundo ande acostumbrado a tomarlo a uno como el más acostumbrado a todo, es lo cierto. Y entonces, cuando el día nacional de la bandera no es realmente el día en el que nos importa la bandera y pasamos de largo, cuando toda la gente está tan contenta firme cantando una canción que llaman himno y que saben la letra y no saben qué dice pero que cantan y ahí el teniente que me agarra del brazo y yo le digo apenas que «soy extranjero».
Yo no sé, la verdad. Porque es tan triste, tan deprimente, que si uno se pone a pensar vaya y pase, pero si uno se pone a sentir, lo que se llama sentir, ahí es que uno realmente —y digo realmente a sabiendas del asco que provoca no sólo al que lee este vocablo, sino al que además de leerlo lo verbaliza, y ni qué decir al que no sólo lo verbaliza, sino que también se imagina lo asqueroso que debe ser imaginarlo y escribirlo, que es lo que me pasa a mí, que también imagino a ese alguien así—…
¿Vos sabés lo que pasa cuando se te va alguien de golpe? Es lo mismo que cuando te aparece alguien de golpe, pero al revés. Lo ridículo es que por anotaciones así en algunos círculos me tratan de genio y, por equilibrar las cosas, en otros me tratan de idiota. En lo normal no soporto mucho ninguno de los dos círculos. En lo normal ninguno de los dos círculos me soporta demasiado. En lo normal lo que yo quiero es que ambos círculos se junten y se hagan mierda de una puta vez, porque sólo quieren cosas, y sólo dan cosas.
Yo tengo la noche debajo de mis ojos, detrás de mis párpados, alrededor de mis cabellos, y en el antes de cada uno de mis latidos. Yo puedo seguir despierto durante novelas y versos enteros, antes que surjan urgentes y sin violencia los pezones que me laven de tanta precariedad emocional ajena. Yo me disperso o me concentro si decido o no ceder a la tontería del drama de la disciplina. Y atiende, amo a prisa, como un estallido que no acaba, cuando siento que el absurdo me gana un alfil. Y amo despacio cuando sé que ya no puedo perder.
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