Una de esas tardes en las que quién sabe por qué no hubo quórum para el fulbito de salón apareció Pietro, un compa de curso al que lo tenía medio carpeteado como raro, porque el cuate usaba flequillo y tenía unos rasgos achinados inusuales para la población. Nos saludamos y como él no le daba al fulbito fuimos a la secretaría a que nos presten una pelota de basquet, que había sido era lo suyo. Yo le canté que no masticaba mucho de baloncesto a lo que respondió que nada, jugaríamos botella y listo. Ahí comenzó a caerme bien de una.
A los dos partidos nos aburrimos, así que me dijo para jugar Jimi, que así se le decía al mano a mano. Comenzamos a jugar y ni modo, yo no era rival, peor todavía, acostumbrado a la marcación del fútbol me pasaba haciéndole faltas sin llegar a pillar del todo por qué. Aparte, aun siendo un flaco de ley, el pibe lanzaba desde lejos tranquilamente, por lo que si no driblaba, le bastaba con alejarse con dos o tres zancadas, acomodarse y lanzar. La cosa me frustró, por supuesto, pero no se me escapó que pasaba por adquirir algo de técnica.
Cuando tuve que regresar a casa le pregunté si volvería al día siguiente, a ver si practicábamos para que yo pueda aprender, y quedamos en que sí. No me había equivocado yo, y el Pietro resultó ser de lo más didáctico, todo pasaba por ciertas posturas y determinadas maneras de colocar los brazos y las manos para ganar fuerza. Más rápido que despacio fui aprendiendo a moverme en ese nuevo territorio, y a pillarle la vuelta de tuerca a mi desventaja con el tema de la estatura. Si otro daba dos pasos, yo tenía que dar cinco, y en menor tiempo.
Más o menos al mes ya estábamos a la par, y sí, ya le había ganado al menos una partida. Aunque aclaro, si bien Pietro era un buen jugador, tampoco entraba dentro del rango de «excelencia». La cosa es que como nos igualamos, nos fuimos complicando mutuamente, y como ambos éramos competitivos comenzamos a jugar más y mejor. Por supuesto no éramos conscientes de esto, sí de que los partidos demoraban más en terminarse y que acabábamos liquidados cada tarde. Menos todavía nos dimos cuenta que había sido el profe de educación física nos venía relojeando y que iba a probarnos.
El tema fue que una tarde, estando nosotros jugando un mano a mano, se aparecieron los matungos del bachillerato, los de la selección del colegio, liderados por el profe Del Prado, por lo que Pietro y yo nos sentamos a un costado de la cancha para mirar el entrenamiento. Después de estirar y calentar músculos se organizaron dos equipos y, oh sorpresa, en uno de los equipos el profe nos metió a Pietro y a mí. Meu deus, defina adrenalina fue eso. Jugamos media hora, pero corrimos una vida. Por primera vez había salido temblando de una cancha, tipo fallo muscular.
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1983, ese año sonaba:
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