La principal novedad fue que para cada materia había un profesor, o profesora, específicamente asignado, o asignada. A diferencia de la escuela, había un horario para cada día, por lo que la jornada era un entrar y salir de profesores, además, en vez de un solo recreo de 30 minutos, habían dos, uno de 15 minutos y otro de diez, de manera que la cosa era muy diferente a lo que estaba acostumbrado. Por su parte, el profesorado era bastante variopinto; había la que no se le entendía nada, y había el que le imponía inmovilidad total hasta a las moscas.
Por casa las cosas también habían dado cierto giro. Magy, que ahora laburaba en el banco, recién se dejaba ver a la tardecita, igual que el viejo, que había inaugurado con otros dos colegas un «bufete de abogados» y con el tema de la sinfónica apenas se lo veía. Con los viejos todo el tiempo afuera, Sarah y yo quedamos prácticamente libres de tutores, salvo por Henrrieta, que simplemente se limitaba a que la casa se mantenga en orden, y a hacerle la vida imposible a cualquier compañero del cole que osase llegar como invitado. Este aspecto diplomático no había cambiado.
Como Xavi iba a otro instituto y tenía otro horario, ya no coincidíamos como antes, así que comencé a frecuentar el cole por las tardes, solaris, balón en mano. El patio se dividía en tres deportes y en tres tipos de gente, los que hacían fútbol de campo, los que hacían fútbol de salón, y los que le daban al basquet. En la cancha de fútbol de campo estaban los más duros del barrio, y más o menos eran los que vivían de la placita hacia el mercado. Los guapos estos comenzaban tipo cinco de la tarde y terminaban de noche.
Los de fútbol de salón, en la cancha de arriba, eran mucho menos rudos, pero si no el triple, por lo menos el doble de habilidosos que los de fútbol de campo. Incluso el andar era otro, y ya puestos a jugar la diferencia era todavía más notoria. Al lado, en la cancha más fresca, los que le daban al basquet, eran las señoritas, los auténticos «chicos bien», con medias, championes, y desodorante. Los de futsal y basquet tiraban para el centro de la placita y hacia el costado de Vista Alegre. Mirando bien el contraste no era mucho, pero había.
Yo volqué por el futsal porque la cancha de fútbol de campo en uno de sus costados era un talcal, y como yo jugaba de 7 o de 11, en uno de los dos tiempos me iba a tocar jugar por ahí y no daba para hacer nada, y tampoco podía jugar solamente un tiempo. Aparte que los de futsal comenzaban antes, y entonces me calzaba justo para jugar una hora o un poco más, y volver con el sol todavía alto, con tiempo para bañarme, merendar y mirar alguna cosa del colegio. Aunque esto último, lo fui dejando de lado.
1983.-
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