En el fulbito de cancha grande, en el 11 a 11, las diferencias de edad, de estatura y de destrezas pueden disimularse sin mayores problemas, excepto en el arco, por supuesto. Pero en el futsal no da, ahí la cosa es más exigente dado que el terreno es mucho más pequeño y entonces, casi por lógica, las cosas suceden más rápidamente y sí o sí hay un mínimo de habilidad que hay que desarrollar. Una de las pericias básicas consiste en sacar un remate potente sin necesidad de más espacio que un metro cuadrado; es decir, chutar fuerte de donde sea.
Ahí en el cole yo le daba al futsal con chicos más grandes que yo, con los del barrio, esos que eran más de la placita y del mercado. Y si me dejaban jugar con ellos no era por compasión, o de buena gente, no, era porque yo daba la talla, marcando, cubriendo, y haciendo goles. Era nomás mi taco el tema ese. Pero, hay que decirlo, en futsal poco y nada se dan las faltas. El roce o la fricción casi no existen y, de hecho, jamás me lesioné por un encontronazo con otro pibe, máximo algún pisotón habré recibido.
Es por esto que cuando se cobra alguna falta la cosa se pone mucho más interesante, porque implica armar una estrategia ahí, en el momento y, sea la que sea, todo termina en un remate que posiblemente no podrá detener el arquero de turno incluso si llega a adivinar de donde habrá de venir. En el caso de un penal, bueno, la historia es más bien un trámite y sólo el arquero cree —en algún punto de su fe— que podrá detener el balón. Y sí, a mí pues me tocó estar en el arco a ver si atajaba un penal.
Yo me tiré, y me tiré bien, a mi derecha, pero no alcancé a estirar todo mi brazo izquierdo que quedó a medio hacer a la altura de mi cintura. El cañonazo me dio en los dedos de esa mano izquierda justo cuando estaban rectos, por lo que fue una presión de quién sabe cuántos kilos del balón contra mis dedos y la pared de mi cadera. Casi lloro de dolor, que vamos, dejé la cancha. Al día siguiente el dolor seguía, y como ni pude arreglar mi cama el viejo me dijo que era un marica, que vaya al médico.
La que llevó al marica al médico fue mi vieja, al traumatólogo, específicamente. El doctor este me apretó exactamente donde me dolía (no sé obedeciendo a qué técnica) y luego de que salté de dolor, ordenó una radiografía, en la cual se evidenció una fisura en la muñeca, por lo que procedió a enyesarme el antebrazo aparte de recetarme calmantes y antiinflamatorios. Cuando volvimos de la clínica y el viejo me vio enyesado, pues ni movió una ceja, es más, estoy seguro que evitó bajarle un «mirá que sos inútil, eh». Ya ves, son cosas del fútbol, como dicen por ahí.
***
Era 1983 y sonaban temas como este:
Tal cual, macho, un dolor feo y feo. Me hacés acordar de José Luis Chilavert, con lo de «cara de perro». Es notable, el arquero de mi promoción, del cole, en el arco era un demonio, no se pillaba si nos puteaba más a nosotros o a los contrarios. Pero fuera de la cancha era de lo más buena gente, y hasta bromista. Códigos de arquero, man, sin duda, ¡que ese es un puesto complicadísimo!
Chas gracias la visita, y ahí la seguimos 😉
Yo tampoco he comprendido, ni un poquito, lo de tocar donde más duele – y una fisura duele como la puta que la parió – ni que técnica seguían u obedecían para ello.
Buen rato he pasado viajando a mis trece años, donde guardaba la portería de los Salesianos a cara de perro. También me dieron con los dedos rectos en una ocasión y joe… ese dolor es inolvidable, aunque ahora lo recuerdo con una sonrisa.
Gracias, Silvio, por este viaje en el tiempo, son cosas de fútbol.
¡¡Nos leemos !!