El viejo leyó la nota y me dijo que le cuente cómo fue que pasó el tema de la pelea. Se lo conté resumidamente como a él le gustaba que se le informen esas cuestiones, sin obviar los elementos fundamentales, y sin irme por las ramas. Tras escuchar mi explicación, le bajó un «bueno«, en tono de «yo para estas boludeces no tengo tiempo«, le entregó la nota a Magy, y se mandó mudar a hacer sus cosas. Magy firmó la notificación que había enviado Nériur, y me dijo que al día siguiente iría conmigo al colegio para hablar con él.
El Coordinador era expeditivo, apenas llegamos ya nos recibió. Le explicó a la vieja que el tema de la disciplina pasaba por el «autocontrol«, que tanto en el patio como en el aula había que cuidar que las agresiones entre los muchachos bla, ble, bli… La Magy estuvo formidable, con esa postura de «sí, sí, sí, claro, a todo, hasta que venga el siquiatra«, quedó como la divina, para variar, con el Nériur. Al ratito estuve en la biblioteca a comenzar mi sentencia: tres días de suspensión. Y ojo, que la próxima firmaba el libro, y tres firmas equivalían a expulsión.
Al momento llegó Cruz García, nos saludamos como si nada, sin resentimientos ni enojos, y como me vio enfrascado ya con el librote ese de mitología, me preguntó si qué le podía bajar él. Aparte de amorfo, tampoco le da a los libros, pensé. Ni modo, también sirvió porque entre los dos nos pusimos a buscar en la parte de ciencias y encontramos unos volúmenes sobre animales y vegetales que por lo menos tenían un montón de imágenes, así que con eso el cuate quedó con material suficiente para entretenerse un rato. Yo volví a sumergirme en aquel territorio demasiado increíble.
Partamos de que yo, viniendo de Yasy Yateré y Pombero, me encontraba de repente con Cronos y Saturno, con Afrodita y Venus, todo como parte de un quilombazo genealógico que no tenía desperdicio y que era imposible de memorizar. No sólo eso, sino que todas esas historias eran una especie de biblia, de un sistema teológico tanto teórico como práctico, puesto que implicaban ritos, ceremonias, que tenían una lógica tremenda. Había, sí, por supuesto, ese toque de locura de cuando los dioses se interesan en los hombres, pero no había nada raro como un sólo Dios que en realidad son tres.
Mucho de aquellas tres mañanas me lo pasé dando vueltas alrededor de aquella enciclopedia. Había una secretaria encargada del lugar, una señora terriblemente desagradable, que supongo era parte de su oficio de bibliotecaria, que de todos modos me dio toda clase de ayuda para que mi estadía fuese más que productiva. A cambio, me dejó serle útil en la confección de algunas fichas, y utilizando la máquina de escribir, eso fue un trato entre adultos, innegable. Con todo, acceder a «Saturno devorando a su hijo», en aquel momento fue algo casi místico a nivel plástico como intelectual. Saber era la gloria.
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¿Tacordás qué sonaba en ese 1983?
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