Conozco familias en las que uno de los padres es el malo y el otro va de bueno, por así decirlo. En mi caso, tanto mi viejo como mi vieja eran los malos y los buenos; quizás Magy podía llegar a ser un toque más permisiva, pero eso, un toque, a la hora de zurrar no se hacía de ningún problema. De manera que no había un a quién le tenés más miedo, o con quién la pasás mejor, porque aun siendo diferentes, y mucho, los viejos siempre giraban alrededor del mismo discurso. Esto vendría a ser como el lado positivo.
Ahora, la joda fue cuando los viejos comenzaron a pelear. Y sí, porque los dos no eran de retroceder, de manera que el tema de los gritos, por ejemplo, no era una frase entonada bien arriba y listo, no, duraba el tema. En estas ocasiones Sarah y yo nos ovillábamos en nuestras camas, porque estas escenas eran siempre a la noche, después de la cena y cuando, justamente, nosotros ya estábamos acostados. Era una joda porque no sabíamos quién le enojaba a quién, ni cómo podía ser que entre ellos se enojen. Y por supuesto, no entendíamos que se traten así.
De todos modos, de repente por una cuestión de instinto, yo le sentía al viejo como que más fuerte, por lo que temía que Magy salga ligando si acaso aquello llegaba a las piñas. Extrañamente, el recuerdo de los arañazos que recibí de mis compañeras cuando jugábamos al polibandi me intranquilizaba aún más. Cuando aquella vez Sarah me pidió que vaya a ver me quedé helado. Porque aparte de todo el quilombo anterior ahora se sumaba ese miedo profundo que jamás sintió Sarah, y que le llenaba la voz. Y además, ¿qué es lo que yo podría hacer si había piñas?
Así que fui. Los gritos eran mucho más fuertes de lo que percibíamos con Sarah dentro de nuestra habitación, había mucho más violencia, alta, negra, como la noche ocupándolo todo. Distinguí la silueta de Henrrieta, pasé por al lado de ella y llegué hasta el cuarto de los viejos. La puerta cerrada parecía las de un templo que te decía «no se pasa», la luz saliendo por abajo decía que había que pasar. No, no dudé, abrí y entré jugado. El viejo la tenía del cuello a la Magy haciéndola rebotar sobre el colchón. A mi grito le siguió mi cuerpo.
Despertamos en un hotel, Magy, Sarah y yo. Hacia el mediodía vino el viejo y algo habló con Magy —Sarah y yo estábamos muy ocupados descubriendo la novedad del nuevo alojamiento—. Un par de días después volvimos a la casa y todo volvió a la normalidad, o más o menos. Las discusiones, los gritos y demás, se acabaron de una. Pero nos quedó el oído, mi Dios que nos quedó el oído a Sarah y a mí. Te puedo asegurar que sabemos escuchar una discusión a muchos metros de distancia, y que sabemos leer en qué derivará, y esto es bueno.
Silvio M. Rodríguez C. dice
Saludos mi estimado, y gracias por la empatía y la compañía, che.
Abrazo y buena semana también para vos.
Josetxu Errekerre dice
Conmueve la narración un tanto oscura, pues recordé las broncas que, de vez en cuando, tenían mis padres, y el sentimiento que en el pecho me quedaba.
Saludos, Silvio. Buena semana !!