Como ocurriera con las profes de primero y segundo grado, tuve un metejón con la Grench, la profe de cuarto grado. A lo mejor yo ya estaba más crecidito, o de repente en verdad era bonita, no sé, el asunto es que me sentía muy atraído hacia ella. Además, no recuerdo a otra profe que use maquillaje, ni que con otra me haya pasado aquello de quedarme mirándole las piernas, que me gustaban, pero ni idea de por qué. Era una sensación muy rara, más todavía teniendo en cuenta que Grench tenía un carácter de los que no permiten ninguna macana.
Quizás, justamente, ese enamoramiento que yo sentía, junto con la disciplina que ella imponía permitieron que en ese año casi no tenga reprimendas, y si acaso me metí en algún quilombo fue en el patio, durante los recreos, pero nunca nada en el aula. Tanto las compañeritas como los compañeritos andaban parejos, en un ambiente absolutamente calmo en el que avanzar las materias era sencillo y de ninguna manera agobiante. Se entenderá entonces el placer que sentí cuando Maggy nos dejó saber a Sarah y a mí que nuestra nueva maestra particular sería la propia Grench. Era la gloria y más.
Ahora, enamorarte de tu profe tiene sus desventajas, la principal de todas es que ella espera que vos te portés bien. Entonces, si vos no te portás bien es como que estás pateando la relación. En este orden de cosas cualquiera sabe que están los que «siempre se portan bien», y aquellos que caen dentro del rango de «un poquito inquieto», o «un poco cabezudo», que traducido sería «ese es quilombero». Y el problema es que el quilombero no sabe que lo es, no arma quilombos con el objetivo de armarlos, sino que se divierte haciendo cosas que resultan en quilombos.
Yo no sabía esto que estoy diciendo ahora cuando fuimos a la misa semanal aquella vez, pero sí sabía que podía comulgar y que mis compañeritas y compañeritos no, puesto que a diferencia de mí, ellos no habían hecho la primera comunión. A mí me dieron ganas de marcar esa diferencia, por lo que olvidándome de todo lo sacro que simbolizaba la hostia como cuerpo de Cristo, desde el altar volví con la hostia en mi boca, sin tragarla. Me arrodillé para, supuestamente, rezar, pero lo que hice fue sacarla y mostrársela a mis compañeros en un «yo sí, vos no».
Después de la misa, ya en el aula, una de las compañeritas levanta la mano pidiendo la palabra y, luego de que Grench le autorice a hablar, la hija de puta le cuenta lo que hice. Yo no quise retroceder el tiempo, quise borrarme del mundo. No sólo la odié a la perra esa por cuentera, sino porque me estaba cagando frente a Grench. Ya me veía yendo a la Dirección cuando Grench, tras escuchar la acusación, salió a responder con un «él sabe lo que hace», y comenzar la clase. Mi Dios, qué enorme me sentí, ¡cuánto amé a Grench!
Eva dice
¡Me encantó! Gracias
(soy ex-superlectora que ahora no tiene tiempo ni paciencia para leer)
Silvio M. Rodríguez C. dice
Muchas gracias a vos, Eva.
Ahi la seguimos.
Eva dice
Sigue, sigue!! Por favor : )))
Silvio M. Rodríguez C. dice
Cada sábado subo una entrada en este posteo, te dejo el enlace de las primeras entradas. Desde ahí le puedes ir dando «siguiente». El «tag» de rererencia es pqd.
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Muchas gracias!