Un ejemplo, una vez vino a visitar a Henrrieta el tío Ducruáx (considerado una eminencia en medicina), y se sentaron a charlar en el hall. Mientras, Sarah y yo jugábamos bajo el mango. En eso escuchamos un desplome, el clásico sonido que hacen las sillas plegadizas cuando ceden y tumban a su usuario viniéndose ambos abajo. Entonces, Sarah, pensando que se traba del tío Zurco, sale y grita un «¡¿te caíste, inútil?!«, y se caga de risa. Yo me quedé blanco de vergüenza, por lo que ella se rió también de mí. Como verás, para la mina irrespetar era un clásico.
Espero te valga el ejemplo para lo que sigue. En una ocasión Jor’elhs salió y dijo que existían sandías sin semillas. Sarah explotó en una carcajada de cinco minutos, y continuó con bromas. Por mi parte, mi primer impulso fue cagarme de risa, pero yo ya me tenía carpeteado al titán y sabía que siempre jugaba por las bandas, no seguía las trayectorias fijas, corrientes. Así que dudé hacia qué lado volcarme (es que no sabés lo que es Sarah cuando ríe), hasta que al final me uní a la Sarah. Es más, contribuí también con algunas bromas, supongo que tontas.
Tiempo después, Jor’elhs nos cerró la boca al mostrarnos una revista en la que salía publicada la bendita sandía sin semillas. Para mí fue un fracaso dulce, que me confirmó que el titán venía entrenado de otro lado, y me hizo revisar el haberme burlado sin darle por lo menos el beneficio de la duda. Te cuento lo de la sandía para marcarte que Jor’erlhs jamás abrió la boca para decir algo respecto de lo que no sabía, nunca. Y lo que sabía le venía de lecturas de libros y revistas, por lo que hablar con él siempre implicaba aprender algo.
Bien, el tema es que instalaron en la villa tres avioncitos nuevos, monomotores, unas bellezas. Nuevos en el sentido de que nunca antes el ensangrentado tuvo compañía, digo. Ni bien los divisamos mientras nos acercábamos caminando ya elegimos a cual nos subiríamos, que Jor’elhs sería el piloto, yo el copiloto, y Sarah la azafata. Y ni bien nos acomodamos dentro percibí un aroma muy, muy particular. Quietos, no se muevan, dijo Jor’erlhs, mientras las ventanillas se llenaban de abejas con ese zumbido único. Con Sarah nos miramos con el rabillo del ojo y nos reconfirmamos qué quedaba por hacer. Salimos disparados.
Yo llegué primero, con una picazón en la nariz. Sarah llegó segunda, con una picazón en el labio superior. Jor’elhs llegó después, en brazos de un soldadito, desmayado, perforado. Le aplicaron inyectables y todo el mambo, un quilombazo. Sarah y yo teníamos cancha con las abejas por el tema de la estancia, Jor’elhs no, esa fue la diferencia. Así que cuando mi viejo, viendo mi cara dijo “parecés un torito”, y con la bandejita de la jeringa que le aplicaron a Jor’elhs en mi mente, pensé, “¿cómo podés ser tan imbécil?”. Odié que Jor’elhs no supiese lo que yo de abejas.
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