Henrrieta era más de hablar, o sea, en el sentido de la puteada y el plagueo. Había días – con todas su horas -, en las que puteaba y se plagueaba de repente contra Zurko, de repente contra Magy, o contra la empleada, con una manera ruda y sin contemplaciones, así, a voz alzada, a un pelito del grito. En esas ocasiones yo intentaba seguir con lo mío, con la tierra o con las esferas, como si tal, pero lo cierto es que se generaba un ambiente que te hacía sentir como que en cualquier momento ligabas vos también, de paso.
Magy era más de armas tomar, por lejos, y cuando estaba en “esos días” la cosa se ponía grave, porque se ponía al cuello uno de los cintos del viejo (y en esa época los cintos tenían por lo menos cinco centímetros de grosor), y andaba por la casa así, con el cinto al cuello, de manera que un pedo y ahí nomás, ¡pimba! Te fajaba un par de cintarazos y a la mierda. Y mirá, no teníamos lujos, y como la casa era puro patio, tampoco había mucho qué romper, así que andá sabé porqué ligábamos la Sarah y yo.
El viejo, en cambio, se las daba de racional, el hijo de puta. Él iba a por otros castigos, que en lo normal eran dos; uno, arrodillados contra la pared en una de las pocas partes de la casa que tenía baldosas y le daba el sol todo el santo día, de manera que aún siendo de tardecita la baldosa quemaba (acordate que vamos de Asunción, Paraguay). Dos, ir a la habitación, que era como meter dos gatos en una bolsa, o peor, una gatuvela con cien artimañas y un gato medio boludo que ni siquiera se enteró que tiene uñas.
Debo aclarar que el viejo también usaba el cinto, la zapatilla, y hasta el arco del violín; no le hacía asco a nada. Pero cuando lo hacía, lo suyo era otra cosa, se poseía. No era uno, dos o tres porrazos, nah pues. Te daba hasta que se le pase la rabia, así. Pero bueh, estos “días así”, eran más bien infrecuentes, aunque literalmente dolorosos, claro. Sin embargo, mirá lo que son las cosas, todo esto sirvió para marcar, finalmente, una debilidad y una superioridad de Sarah, que hasta ese entonces venía siendo la que dominaba todos los juegos desde arriba.
Resulta que Sarah le tenía horror, terror, pánico, pavor, llamale el factor X, al tema del dolor físico, o sea, al garrote y demás, en tanto que yo, unos cuantos segundos de chuzas, vamos, ya está. Pero media hora de plagueo me turbaban largo, y a Sarah ni le movía una pestaña. Ay, si podés extrapolar… Todo se fue acomodando al gusto de Sarah. Mil chuzas se convirtieron en quinientas arrodilladas y quinientas idas a la habitación. En su debilidad se hacía superior y a mí me daba por los huevos. Claro, no entendía eso de no pegar a las mujeres.
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